“Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tes. 5:21).
LA COSMOVISIÓN BÍBLICA
Lee 1 Juan 5:3 al 12. ¿Por qué el apóstol Juan limita la “vida eterna” solo a quienes están en Cristo?
La doctrina bíblica de la inmortalidad condicional del ser humano, en contraste con la teoría antibíblica de la inmortalidad natural del alma, se hace explícita en 1 Juan 5:11 y 12. Para comprender el significado de este importante pasaje, debemos recordar que solo la Deidad “tiene inmortalidad” (1 Tim. 6:15, 16) y es la única Fuente de vida (Sal. 36:9; Col. 1:15-17; Heb. 1:2).
Cuando el pecado entró en el mundo mediante la caída de Adán y de Eva (Gén. 3), ellos y todos sus descendientes (incluso nosotros) cayeron bajo la maldición de la muerte física y perdieron el don de la vida eterna. Pero nuestro Dios amante implementó el plan de salvación para que los seres humanos recuperaran la vida eterna, la vida que debió haber sido suya desde el principio. Como escribió Pablo: “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efe. 1:4).
El apóstol Pablo explica que, “como el pecado entró en el mundo por un hombre [Adán], y por el pecado la muerte”, así por medio de “uno solo, Jesucristo”, todos los seres humanos tienen acceso al don gratuito de la vida eterna (Rom 5:12-21). Aquí Pablo hace una referencia inequívoca a un Adán literal que trajo el pecado y la muerte a este mundo. Nada tiene sentido en la Biblia sin un Adán literal que, por causa de la transgresión, trajo el pecado y la muerte a nuestro mundo.
Por lo tanto, agrega el apóstol Juan, “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11, 12).
El panorama completo se vuelve más claro a la luz de las declaraciones de Jesús: “Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:40), y: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).
Esto significa que la vida eterna es un don de Dios que recibimos por medio de Cristo, que se consigue en el presente, pero se disfruta plenamente solo después de la resurrección final de los justos. La conclusión es muy sencilla: Si se concede vida eterna solo a los que están en Cristo, los que no están en él no tienen vida eterna (1 Juan 5:11, 12). En cambio, la teoría de la inmortalidad natural del alma adjudica vida eterna, en el paraíso o en el infierno, a todos los seres humanos, incluso a los que no están en Cristo. Por más que esta enseñanza sea popular, no es bíblica.