Vestidos de Cristo
Jorge Trisca
Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia (Col 3:12).
Hemos llegado al final de estas lecciones que trataban de vestidos y de ser revestidos, pero hay un vestido, digamos "especial", que quisiera que volvamos a analizar. Me refiero al "manto de justicia" de Cristo y de cómo la idea que tengamos al respecto condiciona nuestro enfoque de la vida cristiana.
Dick Winn es un autor que admiro mucho por su habilidad para escribir acerca de las cosas religiosas, pero fundamentalmente por su clara percepción de algunos aspectos controversiales que se dan casi habitualmente dentro de la Iglesia. Winn comenta con respecto a este asunto: "Había oído que Jesús presenta el mérito de su propia vida perfecta ante el Padre, y que el Padre entonces accede a ver al pecador de manera diferente por causa del mérito sustitutivo del Hijo. En resumen, oí que Jesús cambia la mente y el corazón del Padre hacia nosotros, lo cual es necesario a fin de que seamos salvos" (Winn, 1987, p. 236). Tengo la sospecha que esta declaración anterior sigue teniendo mucha fuerza en nuestros días y por lo tanto conviene aclarar algunos aspectos al respecto. En principio, en el fondo de este pensamiento subyace la idea que de alguna manera Cristo es nuestro intercesor ante el Padre y somos amados por causa de su sacrificio. Esto tiene algunas consecuencias nefastas en la percepción básica de quién es Dios. Convengamos que la percepción que tengamos de Dios es lo que finalmente ha de determinar nuestra salvación (Lucas 19:20-22). Por lo tanto, el reafirmar constantemente la idea de la necesidad de un intercesor genera involuntariamente el concepto de que Dios es un Dios lejano y que solamente nos considera aceptos por el sacrificio de Cristo. En otras palabras, Dios cambia su forma de vernos, porque nos hemos calzado la vestimenta adecuada. En algunas predicaciones he escuchado expresiones similares a que el manto de la justicia de Cristo nos cubre de nuestros pecados y Dios no ve nuestra indignidad sino la justicia de Cristo. Si bien esto es aceptable en una primera aproximación al problema del pecado, es evidente que la idea de Dios es otra, de acuerdo a lo que dice Jesús, que dicho sea de paso es quien mejor conoce al Padre.
Veamos, en el Evangelio de Juan (3:16) se nos asegura que Dios amó al mundo de forma entrañable, pero además, más adelante (Juan 16:26-27) nos asegura que no va a ser necesario que Él ruegue al Padre por nosotros, ¡porque el Padre mismo nos ama! Por lo tanto no necesitamos presentarnos ante Dios como esclavos escondidos detrás de las faldas de nuestro amo, sino que podemos acceder con la frente en alto. ¿Por qué? Porque la idea de Dios es que si alguno está en Cristo, nueva criatura es. Es decir, lo que Dios quiere es transformarnos de tal forma que no necesitemos usar ropa prestada, salvo al principio cuando todavía Jesús no está enseñando a vestir de acuerdo a su ideal. Colosenses 3:12 señala que nos vistamos como escogidos de Dios, esto significa que a Dios le place que vistamos sus "modelos" antes que un manto de justicia nos cubra. Pareciera que le interesa que su pueblo pueda estar "lleno de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios" (Filipenses 1:11). Lo interesante es que esos "atributos" del vestido o frutos de justicia están en estrecha relación con los frutos del Espíritu, como dice la Escritura: "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe" (Gálatas 5:22).
Nuestra vestimenta es como santos y ¡amados!, y se fundamenta en un cambio mental, cuando dejemos de ver a Dios como alguien exigente y que espera solamente ropas limpias por nuestro esfuerzo, y por el contrario lo empecemos como un ser amante, entonces inmediatamente cambiaremos nuestras vestimentas sucias y corrompidas por las que Él quiere. Y cuáles son estas vestimentas?: "Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto" (Colosenses 3:14). Que Dios te bendiga.