Entre Vicios y Virtudes
Adolfo Ruiz
El apóstol Pablo, movido e inspirado por Dios, escribió con claridad y transparencia a los gálatas. En palabras de la hermana White, "Escribió no con vacilación y duda sino con la seguridad de la firme convicción y del conocimiento absoluto…Pablo fue inducido a reprender y amonestar a los gálatas de una manera solemne y positiva." (Hechos de los Apóstoles).
Debemos reconocer que en el interior de nosotros luchan dos naturalezas, éstas se oponen entre sí. La carne, nos aleja de Dios y su Espíritu, nos acerca a Él.
¿Qué es andar en el Espíritu? No es una experiencia emocional ajena a nuestro diario vivir, no es algo misterioso e intangible. Antes bien, es una experiencia cotidiana del creyente que lo empuja a alimentarse de la palabra de Dios, a orar y obedecer lo que dice la Biblia y permitir que el Espíritu Santo lo llene y lo dirija a cada momento del día; es ceder el control de nuestra vida a Dios.
El creyente, por sí solo, no puede obtener la victoria sobre el pecado; la determinación para hacer el bien no basta, no podemos ejercer control sobre la carne, mucho menos producir buenos frutos. Todos nuestros intentos por agradar a Dios están destinados al fracaso. Si Cristo no vive en nosotros, producimos las obras de la carne. Con certeza, Pablo nos señala que estas obras son contrarias al Espíritu.
En ningún pasaje de la Biblia encontraremos con mayor claridad, explicado, evidenciado y contrastada, la diferencia entre la manera de vivir del discípulo lleno del Espíritu y la del que está dominado por la naturaleza humana y pecaminosa; Gálatas 5:16-25 nos lo muestra. Andar en el Espíritu significa ceder el control de cada detalle de nuestra vida diaria al Santo Espíritu; estar sometido a su dirección para ser liberado de la esclavitud del legalismo.
Cuando contrastamos el catálogo de vicios (obras de la carne) y virtudes (frutos del Espíritu), nos queda claro que: Primero, la ley nunca producirá el fruto de la gracia que se describe aquí; segundo, al leer la lista de obras de la carne, entendemos la magnitud del daño que Satanás ha hecho al ser humano, sin embargo; "Él que conoce la profundidad de la miseria y la desesperación del mundo, conoce los medios para aliviarlas. Ve por todas partes, almas en pena… pero también ve sus posibilidades." (La Educación). Y tercero, que debemos reconocer que el fruto del Espíritu es una solución real a muchos de los problemas que agobian al mundo.
Los que son guiados por el Espíritu Santo exhiben una calidad de conducta sobresaliente que supera o va más allá de los requerimientos de la Ley, por algo San Pablo dice; "Contra tales cosas no hay Ley"; mientras que, las obras de la carne son una manifestación de que la persona no vive en, ni con el poder del Espíritu Santo.
La carne se manifiesta en inmoralidad sexual, indecencia, hechicería y en actos homicidas y deshonestos, pero también se hace presente en pecados aceptados socialmente, como son las iras, contiendas y herejías, incluso envidia, discordia y enemistad.
El cierre o comentario final de Pablo sobre las obras de la carne es severo y contundente; el apóstol habla sobre "cosas semejantes a éstas" (como anticipándose a la creatividad del enemigo de las almas), "os amonesto" y "los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios."
Debemos estar seguros de que el conflicto entre carne y Espíritu en nuestro interior siempre existirá, pero nuestra vida no debe ser dominada por el error, el fracaso, la derrota y el pecado. El Espíritu Santo nos brinda la posibilidad de obtener libertad en Cristo; el fruto del Espíritu deja ver que Cristo vive en nosotros (es una manifestación exterior de que algo bueno pasa en nuestro interior), así que, nuestra decisión por Cristo debe ser firme.
El Cielo nos ofrece ayuda; deben morir los deseos de la carne, "no todo es suave en la vida del cristiano, se le presentan duros conflictos, lo asaltan severas tentaciones." Para lograrlo, el primer paso es reconocer nuestras limitaciones; el segundo reconocer el inmenso amor y poder de Dios, resumido en: "Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna." (Juan 3:16)