"Porque   decía:   Si   tocare   tan   solamente   su   manto,   seré   salva"

Marcos 5:28

“¿Quién ha tocado mis vestidos?”

domingo 12 junio, 2011

Marcos 5:24 al 34 y Lucas 8:43 al 48 cuentan la historia de la mujer que "desde hacía doce años padecía de flujo de sangre". Además de ser una condición de salud peligrosa por sí misma, esta enfermedad, en esa cultura, resultaba en un estigma de impureza ritual, lo que sin duda añadía a su miseria. Entretanto, los médicos no pudieron hacer nada; estaba tan desesperada que gastó todo su dinero en ellos, y solo se enfermaba más, lo que no es sorprendente considerando el tipo de tratamiento médico que se hacía en ese entonces. Apenas podemos imaginarnos cuánto sufrimiento y vergüenza soportó ella por su enfermedad.

Y luego vino Jesús, aquel que hacía todos esos milagros increíbles.

Lee Marcos 5:24 al 34 y Lucas 8:43 al 48. ¿Qué importancia puede encontrarse en el hecho de que la mujer creía que todo lo que tenía que hacer era tocar las vestiduras de Jesús para sanarse?

Esta mujer tenía mucha fe en Jesús, la suficiente para creer que, si pudiera solamente tocar sus vestidos, ella sería sanada. Por supuesto, no era la ropa misma lo que la curó, ni siquiera el tocarla. Era solamente el poder de Dios que obraba en alguien que, por desesperación, vino al Señor con fe, conociendo su propia impotencia y necesidad. El que tocara las ropas de Jesús era fe revelada en obras, que es de lo que se trata el cristianismo.

¿Por qué Jesús preguntó quién había tocado sus vestidos?

Al hacer esta pregunta y lograr que el acto de esta mujer fuera público, Jesús la usó para ayudar a testificar a los que lo rodeaban. Ciertamente quería que otros supieran lo que había sucedido, y probablemente quería que ella también supiera que ningún poder mágico de su ropa la había sanado sino el poder de Dios, que obró en ella por medio del acto de fe de su parte. Por embarazosa que había sido su condición, ella ahora estaba sana y podía dar testimonio de lo que Cristo había obrado en ella.

¿Cómo podemos aprender a ir al Señor, como lo hizo la mujer, con fe y sumisión, conociendo nuestra impotencia? Más aún, ¿cómo podemos mantener fe y confianza en él cuando la curación que pedimos no se produce como queremos?

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