“Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del Santuario, y de aquel verdadero Tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre”

Hebreos 8:1 y 2

EL SACRIFICIO ÚNICO

jueves 21 noviembre, 2013

Como hemos visto, un propósito vital del servicio del Santuario terrenal era revelar, en símbolos, tipos y miniprofecías, la muerte y el ministerio sumosacerdotal de Jesús. El pecado es algo demasiado terrible para resolverse únicamente por la muerte de animales (por tristes y lamentables que sean esas muertes). En cambio, toda esa sangre derramada era para señalar la única solución para el pecado, que era la muerte de Jesús mismo. Que haya sido necesaria su muerte, la muerte del que era igual a Dios (Fil. 2:6), a fin de expiar el pecado, muestra realmente cuán malo es el pecado.

Lee Hebreos 10:1 al 14. ¿Cómo contrasta este pasaje la función y la obra del servicio del Santuario terrenal con la muerte y el ministerio sumo sacerdotal de Jesús?

Muchas verdades vitales surgen de estos textos, y una de las más importantes es que la muerte de esos animales no era suficiente para tratar con el problema del pecado. “Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (Heb. 10:4). Meramente señalan a la solución; no son la solución misma. La solución era Jesús, su muerte, y luego su ministerio en el Santuario celestial en nuestro favor.

Nota otro punto vital en estos textos: la muerte única de Cristo era totalmente suficiente. Aunque los sacrificios de animales tenía que repetirse una y otra vez, día tras día, año tras año, el único sacrificio de Jesús fue suficiente (después de todo, ¡considera quién fue sacrificado!) para cubrir los pecados de toda la humanidad. Dios reveló con gran fuerza esta verdad vital cuando el velo interior del Santuario terrenal se rasgó en forma sobrenatural después de la muerte de Jesús (Mat. 27:51).

Mira el mundo a tu alrededor; mira el daño que ha causado el pecado: el dolor, la pérdida, el temor, la desesperanza. ¿Cómo podemos aprender día tras día, momento tras momento, a aferrarnos a Jesús como la única solución al problema del pecado en nuestra vida?

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