“Y se le acercó mucha gente que traía consigo a cojos, ciegos, mudos, mancos, y otros muchos enfermos; y los pusieron a los pies de Jesús, y los sanó; de manera que la multitud se maravillaba, viendo a los mudos hablar, a los mancos sanados, a los cojos andar, y a los ciegos ver; y glorificaban al Dios de Israel”

Mateo 15:30 y 31

EL MESÍAS SANADOR

domingo 26 enero, 2014

Lee Isaías 53:4; Mateo 8:17; y Juan 9:1 al 3. ¿Cómo debemos entender estos textos? ¿Qué preguntas plantean? ¿Qué esperanza nos ofrecen?

En la antigüedad, se consideraba la enfermedad como el resultado de pecados. (Y aún hoy, ¿quién no se ha preguntado si la enfermedad no es un castigo por el pecado?) Los amigos de Job le sugirieron que su mala fortuna y su enfermedad eran el resultado de faltas ocultas, diciéndole que sus pecados habían generado su situación. Los discípulos de Cristo entendían la ceguera como un castigo por las faltas de alguien, lo que sugiere que la enfermedad no requería diagnóstico o medicación, sino expiación. Las referencias de Mateo a las profecías mesiánicas de Isaías afirman que Cristo cumplió esta predicción y que se encuentra curación en él.

Diversas tradiciones paganas incluían divinidades sanadoras; pero ninguna proponía que los dioses realmente tomaran las enfermedades sobre sí mismos. Isaías predijo un Redentor que asumiría nuestras enfermedades ypecaminosidad. Otras tradiciones tenían una expiación sustitutiva para beneficiar a la realeza. Se sacrificaba a sustitutos en lugar de al rey, transfiriendo el castigo por el mal de una persona a otra. Sin embargo, en ninguna parte hubo tradiciones de que el rey muriese como sustituto por sus ciudadanos.

Pero, eso es lo que dijo Isaías y confirmó Mateo: la Realeza del cielo sufrió las enfermedades humanas. Es muy interesante que la palabra “dolor” en Isaías 53:4 provenga de una palabra hebrea que significa “enfermedad”.

Jesús reconoció que su misión era predicar liberación y sanar a los quebrantados de corazón (Luc. 4:17-19). Él atraía a muchos gracias al poder que provenía de su amor y su carácter. Otros lo seguían porque comprendían fácilmente su predicación. Otros llegaron a ser sus discípulos por la manera en que trataba a los pobres. Pero, muchos seguían a Cristo porque él había tocado y sanado su corazón quebrantado.

Todos tenemos aspectos de nuestra vida quebrados. ¿Cómo podemos aprender a discipular a otros por medio de la simpatía hacia su propio quebrantamiento, un quebrantamiento que podemos comprender muy bien por causa del nuestro?

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