“Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” Juan 1:17
GRACIA Y VERDAD (Juan 1:17)
Juan condensó la historia de la salvación en un versículo: “Pues la Ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). Como resultado del pecado de Adán, toda la humanidad fue afectada por la maldición de la muerte. La maldición se intensifica ya que ninguno que nació de padres humanos, excepto Jesús, ha estado libre de inclinaciones pecaminosas. Por eso Dios eligió a un pueblo a quien reveló su Ley, con la intención de que fuera una luz para las otras naciones. Dios no dio la Ley a Israel como un medio de salvación, sino como un recordativo constante de su necesidad de justicia.
¿Qué nos dicen Filipenses 2:8; Juan 15:10; y Mateo 26:39, acerca de la clase de vida que vivió Jesús?
Cuando el primer Adán desobedeció el mandato de Dios, trajo al mundo desorden y esclavitud. El segundo Adán, Jesús, por medio de su vida obediente, vino para librar al mundo de la esclavitud que el primer Adán había provocado. En su vida, Jesús sujetó su propia voluntad a la de su Padre, y eligió no pecar. El primer Adán trajo la condenación al mundo, pero Jesús trajo “gracia y verdad”, que no sustituyen la Ley. Jesús, mostró la razón por la que la ley sola no era suficiente para dar salvación. La verdad que él trajo era una comprensión más completa de la gracia.
De acuerdo con Romanos 6:23 y Efesios 2:8, ¿cuál es la naturaleza de la gracia que se origina en Jesús? ¿De qué forma suplió Jesús gracia para los humanos?
La palabra griega traducida como “gracia” (járis) también puede significar “don” y está relacionada con el término para “gozo” (jára). El don que Jesús da es la vida eterna. Además, la gracia se manifiesta cuando Cristo capacita a la persona para participar en la justicia que la Ley promueve. Pablo afirma que, al condenar el pecado en la carne, Jesús hizo posible que “las justas demandas de la Ley se cumplieran en nosotros” (Rom. 8:4, NVI). La gracia no solo nos libera de la condenación de la Ley; también nos capacita para guardar la Ley de la manera a la que fuimos llamados a cumplirla.