“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16).

El Espíritu Santo es de naturaleza divina

martes 15 de julio, 2014

Cuando Jesús presentó el Espíritu Santo a los discípulos, lo llamó “otro” Consolador (Juan 14:16). La palabra griega que Jesús usó para “otro” es allos, que hace referencia a “otro de la misma clase”, en contraste con heteros, “otro de una clase o cualidad diferente”. La misma igualdad de naturaleza que une al Padre y al Hijo se exhibe entre el Hijo y el Espíritu Santo.

Jesús dijo que el Espíritu Santo “os hará saber las cosas que habrán de venir” (Juan 16:13). Solo un ser divino puede anunciar el futuro (Isa. 46:9, 10).

La divinidad del Espíritu Santo también se muestra en su rol en la inspiración de las Escrituras, una función que Jesús reconoció explícitamente. Argumentó que “David dijo por el Espíritu Santo” (Mar. 12:36) lo que está registrado en Salmos 110:1.

Mientras vivió en esta Tierra, Jesús estuvo constantemente bajo la dirección del Espíritu Santo. Después de ser ungido por el Espíritu en su bautismo (Mat. 3:16, 17), “fue llevado por el Espíritu al desierto” (Luc. 4:1). Victorioso sobre el tentador, Jesús “volvió en el poder del Espíritu a Galilea” para llevar adelante su ministerio (Luc. 4:14). Los milagros que realizó fueron hechos por el Espíritu Santo (Mat. 12:28). El hecho de que el Hijo de Dios dependía del Espíritu es otra demostración del carácter divino del Espíritu, porque es difícil imaginarse al Hijo de Dios dependiendo de algo menos que divino.

Más evidencia de la divinidad del Espíritu se observa en su asociación con el Padre y el Hijo en textos que mencionan a las tres Personas como iguales. Jesús comisionó a los apóstoles a bautizar a los nuevos discípulos “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mat. 28:19).

¿De qué manera los siguientes versículos nos ayudan a entender la divinidad del Espíritu Santo? Mateo 12:31, 32.

La comparación entre hablar contra el Hijo del Hombre, un pecado que puede ser perdonado, y hablar contra el Espíritu Santo, un pecado que no puede ser perdonado, muestra que el Espíritu no es un ser común. La blasfemia es un pecado cometido directamente contra Dios. Concluimos, pues, que el Espíritu Santo es una de las tres Personas de la Deidad. Aunque mucho se ha escrito acerca del “pecado imperdonable”, el contexto inmediato se refiere a personas tan endurecidas contra el Espíritu y su obra salvadora que atribuyen su obra al diablo.