“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”
Juan 3:16.
LIBRES DEL PECADO
Sin Cristo, éramos esclavos del pecado, esclavos de los malos impulsos de nuestra naturaleza humana caída. Vivíamos egoístamente, complaciéndonos a nosotros mismos, en lugar de vivir para la gloria de Dios. El resultado inevitable de esta esclavitud espiritual es la muerte, porque la paga del pecado es muerte (Rom. 6:16-23).
Pero, Jesús vino "a pregonar libertad a los cautivos [... ] a poner en libertad a los oprimidos" (Luc 4:18). No cautivos literales, sino prisioneros espirituales de Satanás (Mar. 5:1-20; Luc. 8:1, 2). Jesús no libró a Juan el Bautista de la prisión de Herodes, pero sí libró a los que estaban esclavizados por vidas pecaminosas, quitándoles la pesada carga de culpabilidad y condenación eterna.
¿Qué grandiosa promesa se encuentra en Juan 8:34 al 36?
El uso de la palabra verdaderamente (vers. 36) muestra que existe una libertad falsa, que en realidad aprisiona a los seres humanos en la desobediencia a Dios. Los oyentes de Jesús confiaban en ser descendientes de Abraham como la base de su esperanza de libertad. Nosotros corremos el mismo riesgo. El enemigo quiere que, para nuestra salvación, confiemos en cualquier cosa (tal como nuestro conocimiento doctrinal, nuestra piedad personal o nuestro servicio a Dios) menos en Cristo. Pero, ninguna de estas cosas, por importante que sea, tiene el poder para librarnos del pecado y su condenación. El único Libertador verdadero es el Hijo, que nunca fue esclavo del pecado.
Jesús se gozaba en perdonar pecados. Cuando le trajeron un paralítico, él sabía que ese hombre estaba enfermo como resultado de su vida disoluta, pero también sabía que estaba arrepentido. En sus ojos suplicantes vio el anhelo de su corazón por perdón y su fe en Jesús como su único Ayudador. Tiernamente, le dijo: "Hijo, tus pecados te son perdonados" (Mar. 2:5). Aquellas fueron las palabras más dulces que ese hombre haya escuchado alguna vez. La carga de desesperación desapareció de su mente y la paz del perdón llenó su espíritu.
En Cristo, encontró curación espiritual y física.
En la casa de un fariseo, una mujer pecadora bañó con lágrimas los pies de Jesús y los ungió con perfume (Luc. 7:37, 38). Percibiendo la desaprobación del fariseo, Jesús le explicó que "sus muchos pecados le son perdonados" (Luc. 7:47). Entonces, dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados" (Luc. 7:48).
"Tus pecados te son perdonados".
¿Por qué estas son las mejores palabras que podríamos escuchar?