“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” Juan 3:3

La nueva vida en Cristo

lunes 04 agosto, 2014

La única manera de nacer de nuevo es por medio del Espíritu Santo. Jesús aprovechó que la palabra griega pneuma significa tanto “Espíritu” como “viento” para ilustrar el proceso de la conversión (Juan 3:8). Cuando el viento sopla, nadie puede iniciarlo, dirigirlo ni detenerlo. Su gran poder está más allá del control humano. Nosotros solo podemos reaccionar ante él, ya sea resistiéndolo o usando su potencial para nuestro beneficio.

De la misma forma, el Espíritu Santo está obrando constantemente en el corazón de cada ser humano, atrayéndolo hacia Cristo. Nadie tiene control sobre su gran poder salvador y transformador. Lo único que podemos hacer es resistirlo o rendirnos ante él. Cuando nos sometemos a su influencia convincente, produce en nosotros una nueva vida.

¿Hay alguna manera de saber si hemos experimentado el nuevo nacimiento? Sí. El Espíritu obra invisiblemente, pero los resultados de su actividad son visibles. Los que nos rodean sabrán que Jesús creó un nuevo corazón en nosotros. El Espíritu siempre produce una demostración exterior de la transformación interior que realiza. Como dijo Jesús: “por sus frutos los conoceréis” (Mat. 7:20).

La nueva vida en Cristo no es una vida remendada con unas pocas reformas exteriores; no es una modificación o mejora de la anterior, es una transformación total.

¿Qué nos dicen los siguientes textos acerca de lo que realiza en nosotros el nuevo nacimiento? Tito 3:5-7; 2 Cor. 5:17; Gál. 6:15.

Mediante el Espíritu Santo, Cristo implanta en nosotros nuevos pensamientos, sentimientos y motivaciones. Despierta nuestra consciencia, cambia nuestra mente, subyuga todo deseo impuro y nos llena con la dulce paz del Cielo. Aunque el cambio no ocurre instantáneamente, con el tiempo, llegamos a ser una nueva criatura en Cristo. Hasta la expresión del rostro comienza a reflejar el amor, el gozo, la bondad y la mansedumbre de la presencia de Jesús en el corazón.

Medita en tu vida durante las últimas veinticuatro horas. ¿Hasta qué punto aquellos que se relacionan contigo perciben a Cristo en tus palabras, actitudes y acciones? Ora acerca de los rasgos de tu carácter que todavía necesitan ser modelados por el Espíritu Santo.

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