“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”

Juan 17:20 y 21

La restauración de la unidad

jueves 21 agosto, 2014

¿Por qué la reconciliación con un hermano que hemos ofendido es un prerrequisito para la adoración aceptable? Mateo 5:23, 24.

Había distintos tipos de ofrendas que eran llevadas al altar, pero Jesús probablemente se refirió a un animal sacrificado para que el pecador pudiera recibir el perdón divino. Antes de poder obtener el perdón de Dios, sin embargo, debemos arreglar nuestras cuentas con los demás. La reconciliación requiere un reconocimiento humilde de nuestras faltas. Sin esa actitud, ¿cómo podemos pedir el perdón de Dios?

¿Qué tres pasos deberíamos seguir si alguien nos ha hecho daño? Mateo 18:15-18.

Jesús nos dice que, en vez de hablar acerca de la ofensa con otras personas, debemos hablar con quien se equivocó, no para criticar a esa persona, sino para mostrarle su error e invitarla a arrepentirse (Lev. 19:17). Con un espíritu de mansedumbre y tierno amor, deberíamos hacer todo intento posible para ayudarla a ver su error, permitiéndole arrepentirse y pedir disculpas. Es muy importante no avergonzar a esa persona haciendo público su error. Eso haría que su restauración y recuperación fuera más difícil.

Idealmente, la conversación privada llevará al arrepentimiento y la reconciliación. No obstante, si el ofensor no reconoce su error ni está dispuesto a corregirlo, el siguiente recurso es llevar a uno o dos testigos (Deut. 19:15) en un esfuerzo por persuadir a la persona descarriada. Estos testigos no deben estar involucrados personalmente en la situación, a fin de estar en condiciones de llamar a la persona al arrepentimiento. Si el ofensor se rehúsa a escuchar su consejo, los testigos pueden declarar sobre los esfuerzos realizados en favor de la persona.

Por último, y solamente si los primeros dos intentos han fracasado, deberíamos decirlo “a la iglesia”; no para que ya se lleve a cabo un acto disciplinario, sino para que se realice un último llamado al arrepentimiento. Desde el principio, todo el proceso debería tener un objetivo redentor (Gál. 6:1).

Cuando alguien nos ha hecho daño, ¿por qué, tan a menudo, no seguimos el procedimiento estipulado por Jesús? ¿De qué formas podemos aprender a no permitir que un deseo de venganza nuble nuestros pensamientos?

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