“Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”
Mateo 6:21
¿QUIÉN ES EL CULPABLE?
Cuando alguien hace algo malo, la tendencia natural es tratar de huir de la responsabilidad. La gente hace esto transfiriendo la responsabilidad a otra persona o a quien ha dañado. Los homicidas se excusan alegando defensa propia o a cómo fueron criados. Los abusadores sexuales culpan a la víctima por hablerlos tentado. Los cónyuges que se divorcian culpan al otro por el fracaso matrimonial. Los culpables de matar a los mártires de la fe cristiana los culparon de herejía. De hecho, Jesús advirtió a sus discípulos que “viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios” (Juan 16:2). En realidad, creemos que también Santiago murió por su fe. A la luz de esto, las palabras de Santiago 5:6 tienen aún mayor peso:
“Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia”. ¿Cuántas veces has condenado a otros, y luego te diste cuenta de que realmente tú estabas equivocado? Piensa acerca de la última frase de este versículo. ¿Significa esto que debemos permitir que la gente pase por encima de nosotros? Por otro lado, ¿cuántas peleas tuviste que nunca habrían ocurrido si no hubieras opuesto resistencia? ¿Qué quiso decir Jesús con “vuélvele la otra mejilla”? (Mat. 5:39). ¿Cómo hemos de hacer esto, en un nivel práctico?
Vemos que Santiago dice bastante acerca de los ricos y los pobres. Debemos recordar que Santiago no condena al rico solo por ser rico. Sus actitudes y sus acciones son lo que importa a Dios. En forma similar, el solo hecho de ser pobre en lo económico no hace que una persona sea más agradable a Dios. Son el “pobre en espíritu” y el “rico en fe” quienes serán “herederos del reino” (Mat. 5:3; Sant. 2:5). Estas cualidades interiores pueden no tener relación con nuestras circunstancias económicas particulares. Los que dicen “soy rico, y me he enriquecido” (Apoc. 3:17) pueden tener más necesidades espirituales de lo que pensamos. Dios advirtió a Israel que tuviera cuidado, no fuera que después de haber entrado en la tierra y haber prosperado se olvidara de que las cosas buenas que gozaba provenían de él, incluyendo el “poder para hacer las riquezas” (Deut. 8:11-18).