“Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad” Luc. 4:32
LA AUTORIDAD DE JESÚS
Como médico y erudito, Lucas conocía la función de la autoridad. Estaba familiarizado con la autoridad de la filosofía en la erudición y la educación griegas. Conocía la autoridad de la ley romana en asuntos civiles y las funciones gubernamentales. Como compañero de viajes de Pablo, conocía la autoridad eclesiástica que el apóstol ejercía sobre las iglesias que establecía. De este modo, Lucas entendía que la autoridad está en el centro de la posición de una persona, es una función de las instituciones, es una función del Estado, y forma parte de la relación de un maestro con sus seguidores. Habiéndose codeado con toda clase de autoridades en todos los niveles del poder, Lucas compartió con sus lectores que había algo incomparable acerca de Jesús y su autoridad. Nacido en el hogar de un carpintero, criado por treinta años en el pequeño pueblo de Nazaret en Galilea, no conocido por nada grande según las normas humanas, Jesús confrontó a todos –gobernantes romanos; eruditos judíos; rabíes; gente común, secular y religiosa− con su enseñanza y ministerio. Los vecinos de su pueblo “estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca” (Luc. 4:22). Una vez llevó esperanza a una viuda en Naín al resucitar a su hijo muerto (Luc. 7:11-17). El pueblo entero tuvo un temblor de miedo y exclamó: “Dios ha visitado a su pueblo” (vers. 16). La autoridad de Jesús sobre la vida y la muerte electrificaron no solo a Naín, sino también a “toda Judea, y por toda la región de alrededor” (vers. 16, 17).
Lee Lucas 8:22 al 25; 4:31 al 37; 5:24 al 26; 7:49; y 12:8. ¿Qué revelan estos textos acerca de la clase de autoridad que ejercía Jesús?
Lucas se tomó el espacio suficiente para registrar, no solo para su amigo Teófilo, sino también para todas las generaciones futuras, que Jesús, mediante su ministerio, había establecido la singularidad de su autoridad. Como Dios en la carne, realmente tenía una autoridad como nadie la tuvo alguna vez.
Muchas personas hacen cosas en nombre de Dios, que por supuesto darían a sus acciones mucha autoridad. ¿Cómo podemos estar seguros de que, cuando decimos: “Dios me condujo a hacer esto”, realmente haya sido así? Analiza las respuestas el sábado en la clase.