“Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio” (Luc. 4: 27).

TENÍA TODO... PERO

domingo 12 de julio, 2015

“Naamán, jefe del ejército del rey de Siria, era un hombre de mucho prestigio y gozaba del favor de su rey porque por medio de él, el Señor le había dado victorias a su país. Era un soldado valiente, pero estaba enfermo de lepra” (2 Rey. 5:1).

Este versículo contiene no menos de cuatro descripciones o títulos que ponían a Naamán en el nivel más alto de la sociedad siria. Ejercía una influencia importante sobre el rey de Siria, era tenido en alta estima, era la mano derecha del rey en asuntos tanto religiosos como militares (vers. 18) y era extremadamente rico (vers. 5).

No obstante, el versículo 1 tiene un enorme “pero”. Todo el poder, el honor y la valentía empalidecían a la luz de la enfermedad más temida de aquellos días: la lepra. Y eso es exactamente lo que tenía este pobre hombre, el gran “pero” que arrojaba su oscura sombra sobre todo lo demás que había logrado. Esta enfermedad, sin embargo, lo puso en contacto con el profeta de Dios, y por medio de ese contacto llegó a ser un creyente en el Dios verdadero.

Lee Marcos 1:40 al 45, Lucas 8:41 al 56 y Marcos 2:1 al 12. A pesar del hecho obvio de que Jesús hizo curaciones milagrosas aquí, ¿cuál es el denominador común en estos informes? ¿Qué llevó a todas estas personas a Jesús?

Los trastornos, las tragedias y los cambios en la vida personal hacen que los seres humanos estemos más abiertos a la verdad espiritual, y nos impulsan a buscar a Dios. Los desastres sociales, físicos, psicológicos, políticos u otros pueden llevar a las personas a la realidad de lo divino. Pérdidas personales, catástrofes nacionales y guerras son motivadores importantes que hacen que la gente busque un poder mayor que ella misma. La iglesia ha percibido, por mucho tiempo, que hay una mayor ganancia de almas en áreas donde la gente es golpeada por sufrimientos personales o de la sociedad.

En un nivel, Naamán parecía tenerlo todo; en otro nivel, era un hombre arruinado, sin mucha esperanza. ¿De qué manera somos como él, teniendo cosas buenas y cosas malas en nuestra vida? ¿En qué forma podemos aprender a permitir que ambas nos mantengan conectados con Dios?