“Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio” (Luc. 4: 27).

UN CREYENTE NUEVO

jueves 16 de julio, 2015

“Ahora reconozco que no hay Dios en todo el mundo, sino solo en Israel. Le ruego a usted aceptar un regalo de su servidor” (2 Rey. 5:15, NVI). ¿De qué manera estas palabras nos ayudan a revelar la experiencia de la salvación? Ver Apoc. 14:12; 1 Juan 5:2, 3; Rom. 6:1.

Habría sido fácil para Naamán volver directamente del Jordán a Damasco después de ser sanado. Pero, como gesto de gratitud, él y sus acompañantes volvieron a donde vivía Eliseo. Esta vez se encontraron con Eliseo en persona. La confesión de que el Dios de Israel es soberano en el mundo es el tema principal de la Biblia. Estas palabras dichas por un pagano constituyen uno de los puntos salientes de la revelación del Antiguo Testamento. La conversión de Naamán dejó en claro que su nueva experiencia estaba ligada al Dios de Israel. El profeta era israelita, el río era el más importante de Israel y el número siete era una conexión clara con el Dios de la creación.

En Naamán vemos un ejemplo de cómo actúa la fe verdadera: recibió algo que él nunca hubiera podido obtener por sí mismo. El hecho de que Eliseo haya rehusado los regalos (2 Rey. 5:16) fue una manera de mostrar que la salvación no puede ser ganada ni comprada, sino que es solo por la gracia de Dios. Al mismo tiempo, la disposición de Naamán de dar algo a Eliseo por lo que había hecho por él muestra la respuesta de fe, surgida de la gratitud por lo recibido. Al rehusar los regalos, el profeta siguió el ejemplo de Abraham cuando ayudó a los reyes paganos pero rehusó las recompensas para que ninguno pudiera decir: “Yo enriquecí a Abram” (Gén. 14:23). Eliseo sabía que la aceptación de un regalo habría echado a perder la lección que Naamán debía aprender. La curación era obra de Dios y un acto de pura gracia.

“Quede este punto completamente aclarado en cada mente: si aceptamos a Cristo como Redentor, debemos aceptarlo como Soberano. No podemos tener la seguridad y la perfecta confianza en Cristo como nuestro Salvador hasta que lo reconozcamos como nuestro Rey y seamos obedientes a sus mandamientos. Así demostramos nuestra lealtad a Dios. Entonces, nuestra fe sonará genuina porque es una fe que obra” (FO 13).

Si otros consideraran tu vida, ¿qué verían en ella que revela tu amor a Dios por lo que Cristo ha hecho por ti?