“Santo era Israel a Jehová, primicias de sus nuevos frutos. Todos los que le devoraban eran culpables; mal venía sobre ellos, dice Jehová” (Jer. 2:3).

LOS DOS REINOS

lunes 5 de octubre, 2015

Después de la división de la nación, las cosas fueron de mal en peor. En el Reino del Norte, el rey Jeroboam hizo algunas elecciones terribles que tuvieron un impacto malo y larga duración.

Lee 1 Reyes 12:26 al 31. ¿Qué debe decirnos esto acerca del modo en que las circunstancias inmediatas pueden oscurecer nuestro juicio?

La entrada de la adoración idólatra por influencia del rey ayudó a poner la nación en un sendero desastroso. “La apostasía introducida durante el reinado de Jeroboam se fue haciendo cada vez más pronunciada, hasta que finalmente resultó en la destrucción completa del reino de Israel” (PR 78). En el año 722 a.C., Salmanasar, rey de Asiria, puso fin al reino y deportó a sus habitantes a diferentes partes de su imperio (ver 2 Rey. 17:1-7). No hubo retorno de este exilio. Por un tiempo, Israel desapareció de la historia.

En el Reino del Sur, las cosas no fueron tan mal, al menos por un tiempo. Pero tampoco fueron mejores y, como con el Reino del Norte, Dios procuró evitar la calamidad que afrontaba ese reino, solo que ahora la amenaza provenía de los babilonios.

Tristemente Judá, con raras excepciones, tuvo una serie de reyes que condujeron a la nación a una apostasía más grave.

¿Qué dicen los siguientes versículos acerca del reino de algunos de los reyes de Judá? 2 Crón. 33:9, 10, 21-23; 2 Rey. 24:8, 9, 18, 19.

A pesar de esos líderes terribles, muchos de los libros de la Biblia, incluyendo el de Jeremías, son las palabras de los profetas que Dios envió a su pueblo en un intento por hacerlos volver del pecado y la apostasía que estaba destruyendo el corazón de la nación. Dios no abandonaría a su pueblo sin darle tiempo y oportunidades suficientes para volverse de sus malos caminos y evitar el desastre que traería, inevitablemente, su pecado.

Es muy difícil salirse de la cultura y el ambiente propios, y mirarse objetivamente. En realidad, es imposible. ¿Por qué, entonces, debemos comparar constante- mente nuestra vida con las normas de la Biblia? ¿Qué otra norma tenemos?