“Y Ana oró y dijo: Mi corazón se regocija en Jehová, mi poder se exalta en Jehová; mi boca se ensanchó sobre mis enemigos, por cuanto me alegré en tu salvación” (1 Sam. 2:1).

SAMUEL

jueves 21 enero, 2016

¿Qué tiene que ver el comienzo del libro de Samuel con el Gran Conflicto? No hay una amenaza obvia al orden creado, ni grandes ejércitos en las fronteras; el ataque del mal es más sutil, pero no menos real.

Lee 1 Samuel 2:12 al 15. ¿De qué modo se revela en estos tristes versículos la realidad del bien versus el mal?

“Pero aunque [Elí] había sido nombrado para que gobernara al pueblo, no regía bien su propia casa. Elí era un padre indulgente. Amaba tanto la paz y la comodidad que no ejercía su autoridad para corregir los malos hábitos ni las pasiones de sus hijos. Antes que contender con ellos, o castigarlos, prefería someterse a la voluntad de ellos, y cedía en todo” (PP 621).

En contraste con ellos, vemos a un niñito vestido como un sacerdote (1 Sam. 2:18, 19) quien, como Jesús, “seguía creciendo y ganándose el aprecio del Señor y de la gente” (vers. 26, NVI; Luc. 2:52). Este Samuel llegó a ser un líder fuerte y fiel en Israel. “Y todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, se dio cuenta de que el Señor había confirmado a Samuel como su profeta” (1 Sam. 3:20, NVI).

Sin embargo, esto no significa que todo iba bien. La Nación afrontaba una invasión filistea y los dos hijos de Elí fueron muertos; los filisteos capturaron el Arca de Dios; y Elí, de 98 años, murió cuando oyó las noticias (1 Sam. 4:14-18).

Lo triste es que Samuel enfrentó el mismo problema que Elí: hijos que no siguieron en sus pasos de fidelidad y lealtad (1 Sam. 8:1-7).

Samuel marcó un punto de transición en la historia del pueblo de Dios. Fue el último de los jueces y una figura clave en el desarrollo del Gran Con icto. Su influencia estabilizadora guió al pueblo en un momento crítico. Aunque Dios no depende de dinastías humanas, es una lástima que los hijos de Samuel no siguieran sus pisadas. Como resultado de la apostasía de ellos, los ancianos demandaron un rey; lo que no fue el paso mejor, según reveló la historia de los siglos posteriores.

Más allá de que nuestra vida de hogar sea buena o mala, somos responsables por a quién servimos en el Gran Conflicto. Sean cuales fueren los errores que hayamos cometido, ¿por qué debemos recordar que hoy, ahora, es el mejor momento para arreglar las cosas con Dios? Mañana podría ser demasiado tarde, pero no hoy.

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