“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo ad- quirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9).

APRESURANDO EL DÍA

jueves 10 de marzo, 2016

Aunque la espera de la Segunda Venida parece no acabar, el tiempo no preocupa a Dios. “Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 Ped. 3:8). En las Escrituras, el fin siempre está cerca, ya sea el día del Señor en el Antiguo Testamento o el retorno de Cristo en el Nuevo Testamento.

Lee 2 Pedro 3:8 al 14. ¿Cuál es la esperanza a largo plazo que se nos brinda aquí? Ver también Dan. 2:34, 35, 44.

Según las profecías de tiempo clásicas, la cantidad de tiempo que se permitirá que el mal continúe y cuánto más esperará Dios tienen un límite. En las profecías, Dios bosqueja su estrategia para acabar con el pecado y el sufrimiento, y para restaurar la Tierra a su perfección original.

Si consideramos el fin de todas las cosas como las conocemos, eso afectará el modo en que vivimos ahora (2 Ped. 3:12). Si nos rebelamos ante la idea de que Dios perturbe nuestro mundo, entonces seremos cínicos y burladores. Si, por otro lado, vemos en esto a un Dios misericordioso que finalmente limpiará la abominable corrupción y los abusos de los derechos humanos, entonces podemos, con confianza, esperar “cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (vers. 13).

Además, Pedro expresa su preocupación por nuestras actitudes y conductas personales. Nos anima a ser “diligentes” para ser “hallados por él sin mancha e irreprensibles” (2 Ped. 3:14). En el versículo siguiente, Pedro parecería promover “obras” religiosas, pero él corrige esto con la frase “la paciencia de nuestro Señor es para salvación”, con rmando las palabras de Pablo a los mismos creyentes (vers. 15).

Nuestra meta es ser irreprensibles; tal como se describe a Job –era “temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:1)– y como Cristo nos presentará frente al Padre (1 Cor. 1:8; Col. 1:22; 1 Tes. 3:13; 5:23). ¿No tener manchas? Así debía ser el cordero del sacrificio (p. ej., Éxo. 12:5; Lev. 1:3), así fue Jesús (Heb. 9:14; 1 Ped. 1:19) y así presenta él a la iglesia ante el Padre (Efe. 5:27).

En nuestro esfuerzo por vencer el pecado, crecer en fe, evitar el mal y vivir vidas “irreprensibles” o “perfectas”, ¿por qué debemos depender de la justicia de Jesús, que se nos acredita por fe? ¿Qué sucede cuando perdemos de vista esa promesa?