“Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mat. 11:12).

CAUSA PERDIDA

jueves 28 de abril, 2016

En toda la historia, los hombres emprendieron guerras. Algo en la naturaleza humana hace que las personas de un grupo deseen saquear y masacrar a otro grupo. La escritora británica Katherine Tait (1997) escribió un libro acerca de su padre, el filósofo Bertrand Russell. En este, habla de la preocupación que sentía Russell a comienzos de la Primera Guerra Mundial, a causa la euforia que se percibía en las calles frente a la perspectiva de una guerra con Alemania.

“Él había crecido con una optimista confianza victoriana en el progreso automático; con la seguridad de que el mundo entero, a su propio ritmo, tomaría el sabio camino seguido por los ingleses, y pasaría de la antigua brutalidad a vivir voluntariamente bajo un gobierno civilizado. Entonces, de repente, encontró que sus amados compatriotas bailaban en las calles ante la perspectiva de masacrar gran cantidad de otros seres humanos que, casualmente, hablaban alemán”. ( p. 45)

Multiplica esta misma idea a lo largo de la historia y entre casi todos los pueblos, y verás la realidad de la naturaleza caída del hombre con sus trágicas y graves consecuencias.

En la mayoría de las guerras humanas, nadie sabe de antemano el resultado. La gente va a la batalla sin saber si estará del lado vencedor o del perdedor. En la “Cosmovisión bélica” de nuestro cosmos, tenemos una gran ventaja: sabemos qué lado ya ha ganado. Cristo ya obtuvo la victoria decisiva en nuestro favor. Después de la cruz, no queda ninguna duda acerca de quién es el Vencedor y de quién puede compartir los frutos de esa victoria. En realidad, la de Satanás es una causa perdida.

¿Qué nos dicen los siguientes versículos acerca del resultado del Gran Conflicto? Hebreos 2:14; 1 Corintios 15:20-27; Apocalipsis 12:12; 20:10.

Así como Satanás perdió la guerra en el cielo, también perdió la guerra en la Tierra. Pero, con odio y deseo de venganza, todavía procura devorar a cuantos pueda (ver 1 Ped. 5:8). Aunque la victoria de Cristo es completa, la batalla sigue rugiendo y nuestra única protección es ponernos del lado vencedor. Las elecciones que hacemos cada día ¿nos ponen del lado vencedor, donde la victoria está asegurada para nosotros, o del lado perdedor, donde la derrota es certera? Nuestro destino eterno depende de la respuesta que demos a esta pregunta.