“Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones” (Isa. 42:6).

SEÑOR DE TODA LA CREACIÓN

lunes 09 mayo, 2016

Después de la alimentación milagrosa, Jesús ordenó a sus discípulos que entraran en la barca (Mat. 14:22). Él quería que se fueran lejos del tumulto y las presiones. Un buen maestro protege a sus estudiantes de lo que todavía no están en condiciones de manejar.

“Llamando a sus discípulos, Jesús les ordenó que tomasen el bote y volviesen en seguida a Capernaúm, dejándolo a él despedir a la gente [...]. Protestaron contra tal disposición; pero Jesús les habló entonces con una autoridad que nunca había asumido para con ellos. Sabían que cualquier oposición ulterior de su parte sería inútil, y en silencio se volvieron hacia el mar” (DTG 341).

Lee Mateo 14:23 al 33. ¿Qué revelan estos versículos acerca de quién era Jesús y de la naturaleza de la salvación?

Un momento revelador ocurre cuando los aterrorizados discípulos se preguntan quién está caminando sobre el mar hacia ellos. Jesús les dice: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (vers. 27). La frase “yo soy” es la traducción de la frase griega egó eimi. Este es el nombre de Dios mismo. (Ver Éxo. 3:14).

La Escritura repite muchas veces que el Señor está en el control de toda la naturaleza. El Salmo 104, por ejemplo, muestra claramente que Dios es no solo el Creador, sino también el Sustentador y que, por medio de su poder, el mundo sigue existiendo y las leyes naturales operan. No hay nada aquí que sugiera el dios del deísmo, que crea el mundo y luego lo abandona. Judíos o gentiles, todos debemos nuestra existencia continuada al poder sustentador del mismo Señor que aquietó el mar. (Ver también Heb. 1:3).

El grito de Pedro: “¡Señor, sálvame!” (Mat. 14:30) debería ser un eco del nuestro porque, si el Señor Jesús no nos salva, ¿quién lo hará? En esa situación, Pedro se sintió indefenso y reflejó el modo en que nos sentimos frente a lo que nuestro mundo caído nos pone delante.

Piensa en cuán inútiles somos realmente, en el sentido de que estamos a merced de fuerzas que son mucho más grandes que nosotros y no podemos controlar. ¿De qué forma esta realidad debe ayudarnos a fortalecer nuestra dependencia de Jesús?

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