“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isa. 9:6).
LA VARA DE LA IRA DE DIOS (ISA. 9:8-10:34)
Esta parte explica Isaías 9:1 al 5, que predice la liberación del pueblo lúgubre y angustiado, que había confiado en el ocultismo y había caído presa de la conquista y la opresión militar: “Tú quebraste [...] el cetro de su opresor, como en el día de Madián” (Isa. 9:4).
Lee los sufrimientos del pueblo de Dios según muestran los versículos anteriores. Compara con las maldiciones en Levítico 26:14 al 39. ¿Por qué castigó Dios a su pueblo por etapas y no de una sola vez? ¿Qué indica esto acerca de su carácter y sus objetivos?
Si Dios hubiera querido destruir a su pueblo, podría haberlo entregado a los asirios de inmediato. Pero es paciente, “no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9). Como en el período de los “ jueces”, Dios permitió que el pueblo de Judá y el de Israel experimentaran algunos resultados de su insensatez para que pudieran entender lo que estaban haciendo y tener la oportunidad de tomar una mejor decisión. Cuando persistieron en el mal y endurecieron su corazón contra él y los llamados que les hizo a través de sus mensajeros, retiró aún más su protección. Pero ellos continuaron rebelándose. Este ciclo se repitió en una espiral descendente hasta que Dios no pudo hacer nada más.
Lea Isaías 9:8 al 10:2. ¿De qué pecados es culpable el pueblo? ¿Contra quién los cometió? ¿Quién es culpable entre ellos?
Lo que vemos aquí, al igual que en toda la Biblia, es la realidad del libre albedrío. Dios hizo libres a los seres humanos (era necesario; de lo contrario, nunca podríamos amarlo verdaderamente), y la libertad implica la opción de hacer el mal. Y, aunque vez tras vez Dios busca atraernos hacia él revelando su amor y su carácter, también nos permitirá enfrentar el fruto de nuestras decisiones equivocadas; es decir, el dolor, el sufrimiento, el miedo, la confusión y demás. Todo, para ayudarnos a comprender en qué terminamos al alejarnos de él. Y, sin embargo, aun así con frecuencia estas cosas no logran que la gente se aparte del pecado y acuda al Señor. El libre albedrío es maravilloso; no podríamos ser humanos sin eso. No obstante, ¡ay de quienes lo usan mal!
¿Cómo ha usado Dios el sufrimiento en tu propia vida para alejarte de una dirección equivocada? (¿O tal vez todavía no entendiste el mensaje?)