“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10).
LLAMADO DE ATENCIÓN
En medio de uno de los momentos más oscuros de la vida de David, hay buenas noticias: Dios envía a su profeta. Natán y David se conocían bien. Anteriormente, Natán había aconsejado a David sobre sus planes para construir un templo (2 Sam. 7). Sin embargo, ahora el profeta viene con una tarea diferente que realizar para su rey.
¿Por qué crees que Natán decide contar una historia, en vez de mencionar a David y avergonzarlo inmediatamente? Lee 2 Samuel 12:1 al 14.
Natán contó una historia con la que David, el expastor, podía identificarse. Sabía que David tenía un sentido de justicia e integridad sumamente desarrollado. Por ende, en cierta forma, se podría decir que Natán le tendió una trampa y que David cayó directo en ella.
Cuando David, sin saberlo, pronuncia su sentencia de muerte, Natán le dice: “Tú eres aquel hombre” (2 Sam. 12:7). Hay diferentes formas de decir “tú eres aquel hombre”: gritando, acusando a la otra persona y apuntándola con el dedo directamente a la cara, o expresando preocupación y cuidado. Las palabras de Natán debieron de haber estado mezcladas con gracia. En ese momento, David habrá sentido el dolor que Dios siente cuando uno de sus hijos conscientemente se aparta de su voluntad. Algo hizo clic en la mente de David. Algo le partió el corazón.
¿Por qué David responde con “pequé contra Jehová”, en lugar de “pequé contra Betsabé” o “soy un homicida” (2 Sam. 12:13; ver también Sal. 51:4)?
David reconoció que el pecado, que inquieta nuestro corazón, es principalmente una afrenta contra Dios, el Creador y Redentor. Nos hacemos daño a nosotros mismos; afectamos a los demás. Acarreamos deshonra a nuestras familias o iglesias. Sin embargo, en última instancia, hacemos daño a Dios y clavamos otro clavo en el áspero madero que apunta hacia el cielo en el Gólgota.
“El reproche del profeta conmovió el corazón de David; se despertó su conciencia; y su culpa le apareció en toda su enormidad. Su alma se postró en penitencia ante Dios. Con labios temblorosos, exclamó: ‘Pequé contra Jehová’. Todo daño o agravio que se haga a otros se extiende del injuriado hacia Dios. David había cometido un grave pecado contra Urías y Betsabé, y se daba perfecta cuenta de su gran transgresión. Pero mucho más grave era su pecado contra Dios” (PP 781).