“Y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Cor. 10:3, 4).

MIL VECES MÁS NUMEROSOS

martes 5 de octubre, 2021

Después del largo peregrinaje por el desierto, Moisés, hablando en nombre de Jehová (él era un profeta, aunque, a decir verdad, era más que un profeta), dijo: “Mirad, yo os he entregado la tierra; entrad y poseed la tierra que Jehová juró a vuestros padres Abraham, Isaac y Jacob, que les daría a ellos y a su descendencia después de ellos” (Deut. 1:8).

No obstante, fíjate lo que viene a continuación.

Lee Deuteronomio 1:9 al 11. ¿Cuál es el significado de estas palabras, especialmente a la luz del hecho de que, en realidad, Dios los estaba castigando por la rebelión de Cades-barnea?

Este es otro ejemplo de la gracia de Dios. Incluso en medio de las travesías por el desierto, fueron bendecidos: “Los sustentaste cuarenta años en el desierto; de ninguna cosa tuvieron necesidad; sus vestidos no se envejecieron, ni se hincharon sus pies” (Neh. 9:21).

Y Moisés, mostrando nuevamente su amor por el pueblo, le pidió a Dios que lo multiplicara mil veces más de lo que Dios ya lo había hecho.

Lee Deuteronomio 1:12 al 17. Como resultado directo de la bendición de Dios sobre ellos, ¿qué sucedió y qué pasos adoptó Moisés para afrontar la situación?

Así, incluso cuando el Señor ejercía una presencia tan poderosa entre ellos, existía la necesidad de organización, de estructura, de un sistema de rendición de cuentas. Israel era un qahal, una asamblea organizada (ver Deut. 31:30), un precursor de la ekklesia del Nuevo Testamento, que en griego significa “iglesia” (ver Mat. 16:18). Y, aunque trabajaba en un contexto diferente, Pablo nunca estuvo lejos de sus raíces judías, y en 1 Corintios 12 vemos claramente cómo delineó la necesidad de que haya gente calificada para asumir varios roles para el correcto funcionamiento del cuerpo, tal como lo vemos aquí en Deuteronomio y el qahal en el desierto. La iglesia de hoy, al igual que el qahal de aquel entonces, necesita ser un cuerpo unificado con personas que cumplan varios roles según sus dones.

Aunque a veces escuchamos que la gente arremete contra la religión “organizada” (¿acaso preferirán una religión “desorganizada”?), la Palabra de Dios, especialmente el Nuevo Testamento, no reconoce ninguna otra clase que la organizada.