“Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (Heb. 8:1).
JESÚS ES NUESTRO DEFENSOR
Compara 1 Samuel 8:19 y 20 con Hebreos 2:14 al 16. ¿Qué buscaban los israelitas en un rey y cómo se cumplieron estos deseos en Jesús?
Los israelitas querían un rey que fuera juez y líder en la batalla porque se olvidaron de que Dios era su rey. La restauración completa del gobierno de Dios sobre su pueblo vino con Jesús. Como nuestro Rey, Jesús nos guía en la batalla contra el enemigo.
Hebreos 2:14 al 16 describe a Jesús como el campeón de los seres humanos débiles. Cristo enfrenta y derrota al diablo en un combate a solas y nos libra de la esclavitud. Esta descripción nos recuerda la batalla entre David y Goliat. Después de ser ungido rey (1 Sam. 16), David salvó a sus hermanos de la esclavitud al derrotar a Goliat. Los términos del enfrentamiento determinaban que el ganador del combate esclavizaría al pueblo de la otra parte (1 Sam. 17:8-10). Por lo tanto, David actuó como defensor de Israel. Él los representó.
Lee Isaías 42:13 y 59:15 al 20. ¿Cómo se autodescribe Yahvé en estos pasajes?
Hebreos 2:14 al 16 alude a la noción de que Dios salvaría a Israel en un combate individual. Fíjate en este pasaje de Isaías: “Pero así dice Jehová: Ciertamente el cautivo será rescatado del valiente, y el botín será arrebatado al tirano; y tu pleito yo lo defenderé, y yo salvaré a tus hijos” (Isa. 49:25).
Como cristianos, a menudo pensamos que estamos enredados en un combate solitario con Satanás. Cuando leemos Efesios 6:10 al 18, vemos que –efectivamente– estamos en guerra con el diablo. Pero Dios es nuestro Defensor y entró en la batalla delante de nosotros. Nosotros somos parte de su ejército; por eso, tenemos que usar su armadura. Además, no luchamos solos. Efesios 6 se expresa en plural. Nosotros, como iglesia, tomamos la armadura y luchamos juntos detrás de nuestro Defensor, que es Dios mismo.
¿Qué significa ponerse la armadura de Dios? Es decir, en nuestras luchas diarias con el yo, la tentación y demás, ¿cómo podemos aprovechar el poder que nos capacita, por la fuerza de Dios, para ser fieles?