“Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas” (Heb. 8:6).

EL NUEVO PACTO RESUELVE EL PROBLEMA DEL CORAZÓN

jueves 17 de febrero, 2022

Compara las promesas del Nuevo Pacto de Jeremías 31:33 con Ezequiel 36:26 y 27. ¿Cómo se relacionan?

Dios escribió el primer documento del Pacto en tablas de piedra, y estas quedaron depositadas en el Arca del Pacto como un testimonio importante del Pacto de Dios con su pueblo (Éxo. 31:18; Deut. 10:1-4). Sin embargo, los documentos escritos en piedra podían romperse; y los rollos, como le pasó a Jeremías, podían cortarse y quemarse (Jer. 36:23).

Pero Dios ahora escribirá su Ley en el corazón de su pueblo. El corazón se refiere a la mente, el órgano de la memoria y el entendimiento (Jer. 3:15; Deut. 29:4), y especialmente al lugar donde se toman decisiones conscientes (Jer. 3:10; 29:13).

Esta promesa no solo garantizó el acceso y el conocimiento de la Ley para todos. También, ante todo, debía producir un cambio en el corazón de la nación. El problema de Israel era que su pecado estaba grabado “con cincel de hierro”, “con punta de diamante [...] en la tabla de su corazón” (Jer. 17:1). Tenían un corazón obstinado (Jer. 13:10; 23:17); por lo tanto, les era imposible hacer lo recto (Jer. 13:23).

Jeremías no anunció un cambio de ley, porque el problema de Israel no era la Ley sino el corazón. Dios quería que la fidelidad de Israel fuera una respuesta de gratitud a lo que él había hecho por ellos; por ello, les dio los Diez Mandamientos con un prólogo histórico, en el que expresaba su amor y su cuidado por ellos (Éxo. 20:1, 2). Dios deseaba que Israel obedeciera sus leyes como reconocimiento de que él quería lo mejor para ellos, una verdad revelada en su gran liberación de Egipto. La obediencia de ellos debía ser una expresión de gratitud, una manifestación de la realidad de su relación.

Lo mismo se aplica a nosotros hoy. El amor y el cuidado de Jesús al morir por nosotros es el prólogo del Nuevo Pacto (Luc. 22:20). La verdadera obediencia proviene del corazón como una expresión de amor (Mat. 22:34–40). Este amor es la marca distintiva de la presencia del Espíritu Santo en la vida del creyente. Dios derrama su amor en nosotros a través de su Espíritu (Rom. 5:5), que se expresa en amor (Gál. 5:22).

Si el antiguo Israel debía amar a Dios, aun sin entender la muerte de Cristo, ¿por qué nosotros no deberíamos amar a Dios aún más que ellos? La realidad de ese amor, ¿cómo se manifiesta a través de la obediencia?