“Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:14).

LA CRUZ Y EL COSTO DEL PERDÓN

miércoles 23 de febrero, 2022

Lee Hebreos 9:22 al 28. ¿Qué dice este pasaje sobre la obra de Cristo en el Santuario celestial?

La idea de que el Santuario celestial necesita ser purificado tiene sentido en el contexto del Santuario del Antiguo Testamento. El Santuario es un símbolo del reinado, o gobierno, de Dios (1 Sam. 4:4; 2 Sam. 6:2), y la forma en que Dios trata con el pecado de su pueblo afecta la percepción pública de la justicia de su Reino (Sal. 97:2). Como gobernante, Dios es el Juez de su pueblo, y se espera que sea justo, que reivindique al inocente y condene al culpable. Por lo tanto, cuando Dios perdona al pecador, asume la responsabilidad judicial. El Santuario, que representa el carácter y la administración de Dios, está contaminado. Esto explica por qué Dios carga con nuestros pecados cuando perdona (Éxo. 34:7; Núm. 14:17-19; en el hebreo original, “perdonar” [nosé’], en estos versículos, significa “llevar, cargar”).

El sistema sacrificial del Santuario israelita ilustra este aspecto. Cuando una persona buscaba el perdón, llevaba un animal como sacrificio en su nombre, confesaba los pecados y lo mataba. La sangre del animal se untaba sobre los cuernos del altar o se rociaba delante del velo, en el primer departamento del Santuario. Así, el pecado se transfería simbólicamente al Santuario. Dios tomaba los pecados del pueblo y los cargaba sobre sí mismo.

En el sistema israelita, la purificación, o expiación, de los pecados se daba en dos fases. Durante el año, los pecadores arrepentidos llevaban sacrificios al Santuario, con lo que quedaban limpios de su pecado, pero ese pecado se trasladaba al Santuario, a Dios mismo. Al final del año, en el Día de la Expiación, que era el Día del Juicio, Dios purificaba el Santuario, con lo que quitaba su responsabilidad judicial al transferir los pecados del Santuario al macho cabrío, Azazel, que representaba a Satanás (Lev. 16:15-22).

Este sistema de dos fases, representado por los dos departamentos del Santuario terrenal, que eran un modelo del Santuario celestial (Éxo. 25:9; Heb. 8:5), le permitía a Dios mostrar misericordia y justicia al mismo tiempo. Los que confesaban sus pecados durante el año demostraban lealtad a Dios al guardar un descanso solemne y afligirse en el Día de la Expiación (Lev. 16:29–31). Toda persona que no mostraba lealtad era “cortada” (Lev. 23:27–32).

Piensa en lo que experimentarías si tuvieras que afrontar el justo castigo por tus pecados. Esa verdad, ¿en qué medida debería ayudarte a comprender lo que Cristo ha hecho por ti?