“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Heb. 12:2).
JESÚS, EL AUTOR Y CONSUMADOR DE LA FE
Lee Hebreos 12:1 al 3. ¿Qué nos piden estos versículos que hagamos?
El clímax de la exposición sobre la fe realmente llega con Jesús en Hebreos 12. Pablo comenzó la carta con Jesús, quien es el que “ha de venir” y quien “no tardará” (Heb. 10:37), y Pablo la cierra con Jesús, el “consumador” de nuestra fe (Heb. 12:2). Jesús es el “autor y consumador de la fe”. Esto significa que Jesús es quien hace posible la fe y es el ejemplo que encarna perfectamente de qué se trata una vida de fe. Con Jesús, la fe ha alcanzado su expresión perfecta.
Jesús es el “autor” de nuestra fe en, al menos, tres sentidos. En primer lugar, es el único que ha terminado la carrera en su sentido más
cabal. Los otros que se mencionan en el capítulo anterior aún no han alcanzado la meta (Heb. 11:39, 40). Sin embargo, Jesús entró en el reposo de Dios en el cielo y está sentado a la diestra del Padre. Nosotros, junto con estos otros, reinaremos con Jesús en el futuro (Apoc. 20:4).
En segundo lugar, fue precisamente la vida perfecta de Jesús lo que hizo posible que estos otros corrieran su carrera (Heb. 10:5-14). Si Jesús no hubiera venido, la carrera de todos los demás habría sido inútil.
Finalmente, Jesús es la razón por la que tenemos fe. Al ser uno con Dios, expresó la fidelidad de Dios hacia nosotros. Dios nunca se rindió en sus esfuerzos por salvarnos, y por eso al final alcanzaremos la recompensa si no nos rendimos. Jesús corrió con paciencia y permaneció fiel, aunque nosotros dejemos de ser fieles (2 Tim. 2:13). Nuestra fe es solo una respuesta a su fidelidad.
En definitiva, Jesús es el “consumador” de la fe porque ejemplifica perfectamente cómo se corre la carrera de la fe. ¿Cómo la corrió? Dejó de lado todo peso al renunciar a todo por nosotros (Fil. 2:5-8). Él nunca pecó, nunca. Jesús mantuvo su vista fija en la recompensa, que era el gozo puesto ante él, el de ver a la raza humana redimida por su gracia. Así que, soportó incomprensión y abusos; soportó la vergüenza de la Cruz (Heb. 12:2, 3).
Ahora nos toca correr a nosotros. Aunque con nuestras propias fuerzas nunca podremos lograr lo que Jesús hizo, tenemos su ejemplo perfecto ante nosotros, y por la fe en él y manteniendo la vista en él (como los demás antes que nosotros) seguimos adelante con fe, confiando en sus promesas de una gran recompensa.