“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gén. 3:15).
EL DESTINO DE LA HUMANIDAD
Lee Génesis 3:15 al 24. Como resultado de la Caída, ¿qué pasó con Adán y Eva?
Mientras que el juicio de Dios sobre la serpiente se identifica explícitamente como una maldición (Gén. 3:14), no es así con el juicio de Dios sobre la mujer y el hombre. La única vez que la palabra “maldición” se vuelve a utilizar, se aplica solo a la “tierra” (Gén. 3:17). Es decir, Dios tenía otros planes para el hombre y la mujer, en contraste con la serpiente. Se les ofreció una esperanza que no se le ofreció a la serpiente.
Como el pecado de la mujer se debe a su vinculación con la serpiente, el versículo que describe el juicio de Dios sobre la mujer estaba relacionado con el juicio de la serpiente. Génesis 3:16 no solo viene inmediatamente después de Génesis 3:15, sino además los paralelismos entre las dos profecías indican claramente que la profecía acerca de la mujer en Génesis 3:16 debe leerse en relación con la profecía mesiánica de Génesis 3:15. Por lo tanto, el juicio de Dios sobre la mujer, incluida la maternidad, debe entenderse en la perspectiva positiva de la salvación (comparar con 1 Tim. 2:14, 15).
Como el pecado del hombre se debe a que escuchó a la mujer en lugar de escuchar a Dios, la tierra de la que fue tomado el hombre es maldecida (Gén. 3:17). Como resultado, el hombre tendrá que trabajar duro (Gén. 3:17-19), y finalmente “volver” a la tierra de donde viene (Gén. 3:19); algo que nunca debería haber sucedido, y que nunca fue parte del plan original de Dios.
Es importante señalar que, frente a este panorama desesperado de muerte, Adán dirige su atención a la mujer, donde ve la esperanza de vida mediante su alumbramiento (Gén. 3:20). Es decir, incluso en medio de la sentencia de muerte, ve la esperanza de la vida.
Mientras tanto, como cualquier padre amoroso, Dios solo hubiese querido el bien para ellos, no el mal. Pero ahora que conocían el mal, Dios iba a hacer todo lo posible para salvarlos. Por ello, aun en medio de estos juicios, nuestros primeros padres no perdieron todas las esperanzas, a pesar de su abierta y flagrante desobediencia a Dios; aunque ellos, que realmente vivían en el Paraíso, no tenían absolutamente ninguna razón para dudar de Dios, de las palabras de Dios ni de su amor por ellos.
Aunque tendemos a pensar que el “conocimiento” en sí es bueno, ¿por qué no siempre es así? ¿Cuáles son algunas de las cosas que es mejor que no sepamos?