“Y Esaú respondió: Bien llamaron su nombre Jacob, pues ya me ha suplantado dos veces: se apoderó de mi primogenitura, y he aquí ahora ha tomado mi bendición. Y dijo: ¿No has guardado bendición para mí?” (Gén. 27:36).
LA BENDICIÓN DE LA FAMILIA
Para Jacob, los últimos siete años de exilio fueron una carga, y con todo, también fueron los años más fructíferos. Jacob será el padre de once de los doce hijos que pasarán a ser los antepasados del pueblo de Dios.
Este segmento constituye el centro de la historia de Jacob (Gén. 25:19–35:26), y comienza y termina con la frase clave: Dios “abrió su matriz”, refiriéndose a Lea (Gén. 29:31, RVA) y a Raquel (Gén. 30:22, RVA). Cada vez que esta declaración va seguida de nacimientos, la evidencia es que estos nacimientos son el resultado de la acción milagrosa de Dios.
Lee Génesis 29:31 al 30:22. ¿Cómo debemos entender hoy el significado de lo que ocurre aquí?
Dios abrió la matriz de Lea, y esta tuvo un hijo, Rubén, cuyo nombre contiene el verbo ra’á, que significa “ver”. Debido a que Dios “vio” que Jacob no la amaba (Gén. 29:31), este niño fue una compensación por su dolor y su sufrimiento.
Además, ella le pone el nombre de Simeón, que contiene el verbo shamá‘, “oyó”, a su segundo hijo, porque Dios “oyó” (shamá‘) la profundidad y la humillación de su dolor y, por lo tanto, tuvo piedad de ella, así como había oído la aflicción de Agar (Gén. 29:33).
El hijo de Lea, “Simeón”, también resonará con el nombre del hijo de Agar, “Ismael”, que significa “Dios oye” (ver Gén. 16:11). Cuando Lea da a luz a su último hijo, lo llama Judá, que significa “alabanza”. Lea ya no vuelve a referirse a su dolor ni a su bendición. Ella solo se concentra en Dios y lo alaba por su gracia.
Curiosamente, recién cuando Lea no puede volver a dar a luz, Dios “se acuerda” de Raquel y abre la matriz de Raquel (Gén. 30:22). Raquel, la esposa amada, tuvo que esperar siete años después de su matrimonio y catorce años después de su compromiso con Jacob, para tener su primer hijo (Gén. 29:18, 27; comparar con 30:25). Ella lo llamó “José”, para señalar que Dios había “quitado [’asaf] mi afrenta” y expresó: “añádame [iasaf] Jehová otro hijo” (Gén. 30:23, 24). Por muy equivocadas que fueran algunas de estas acciones, Dios todavía podía usar estas acciones, aunque no las aprobara, para crear una nación a partir de la simiente de Abraham.
¿De qué manera esta historia revela que los propósitos de Dios se cumplirán en el cielo y en la Tierra, a pesar de las debilidades y los errores humanos?