“Esto es para ustedes motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora han tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo” (1 Ped. 1:6, NVI).

EL GRAN CONFLICTO EN EL DESIERTO

martes 12 de julio, 2022

“Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo” (Luc. 4:1, 2).

Lee Lucas 4:1 al 13. ¿Qué lecciones puedes aprender de este relato sobre cómo vencer la tentación y no ceder al pecado?

Las tentaciones pueden ser muy difíciles porque apelan a las cosas que realmente deseamos y siempre parecen surgir en los momentos de mayor debilidad.

Lucas 4 es el comienzo de la historia de la tentación de Jesús por parte de Satanás, y llama nuestra atención a algunos temas difíciles. A simple vista, pareciera que el Espíritu Santo lleva a Jesús a la tentación. Sin embargo, Dios nunca nos tienta (Sant. 1:13); más bien, como hemos visto, Dios nos lleva a crisoles de prueba. Lo notable de Lucas 4 es que el Espíritu Santo puede guiarnos a momentos de prueba que implican que estaremos expuestos a las feroces tentaciones de Satanás. En esas ocasiones, cuando sentimos estas tentaciones con tanta fuerza, podemos malinterpretar y pensar que no hemos estado siguiendo a Dios correctamente. Pero, esto no necesariamente es así. “Muchas veces, al encontrarnos en situaciones penosas, dudamos de que el Espíritu de Dios nos haya estado guiando. Pero fue la conducción del Espíritu la que llevó a Jesús al desierto para ser tentado por Satanás. Cuando Dios nos somete a una prueba, tiene un propósito que lograr para nuestro bien. Jesús no confió presuntuosamente en las promesas de Dios yendo a la tentación sin recibir la orden divina, ni se entregó a la desesperación cuando le sobrevino la tentación. Ni debemos hacerlo nosotros” (DTG 102).

A veces, cuando estamos en el crisol, nos quemamos en lugar de purificarnos. Por lo tanto, es muy reconfortante saber que, cuando caemos en tentación, podemos volver a tener esperanza porque Jesús se mantuvo firme. Lo bueno es que Dios no nos abandona ni se olvida de nosotros, porque Jesús es quien carga con nuestros pecados. Él pagó el castigo por nuestra incapacidad de soportar esa tentación (cualquiera que sea), porque pasó por un crisol peor que el de cualquiera de nosotros. Hay esperanza, incluso para el “primero” de los pecadores (1 Tim. 1:15).

¿Qué tentaciones enfrentas ahora? Dedica tiempo a orar. Pide al Señor que te enseñe a poner en práctica las lecciones del ejemplo de Jesús en tu vida. Recuerda, ¡no necesitas sucumbir a la tentación, nunca! Recuerda también que, si caes, tienes a un Salvador.