“ ‘Señor y Dios, digno eres de recibir gloria, honra y poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad fueron creadas y existen’ ” (Apoc. 4:11).
UN DIOS QUE ESTÁ CERCANO
El Dios de la Creación, que formó el Sol, la Luna y las estrellas, cuyo impresionante poder creó este planeta y lo llenó de seres vivos, es también un Dios que está interesado en cada uno de nosotros. Él es el Dios que libró a su pueblo de la esclavitud en Egipto, que lo guio en su peregrinaje por el desierto, que hizo caer maná del cielo, que derrumbó los muros de Jericó y que derrotó a los enemigos de Israel. El mismo Dios que liberó su poder infinito para crear el Universo desata ese infinito poder para derrotar a las fuerzas del mal que libran una batalla constante por nuestra alma.
Lee 2 Corintios 5:17; Salmo 139:15 al 18; Hechos 17:27; y Colosenses 1:17. ¿Qué nos enseñan estos versículos acerca de la cercanía de Dios?
Los teólogos hablan de la trascendencia de Dios. Esta es la idea de que Dios existe por sobre toda la Creación. Pero también hablan de la inmanencia de Dios. Esta es la idea de que Dios también, de alguna manera, está presente dentro de nuestro mundo y, como muestra la historia bíblica, también interviene estrechamente y participa íntimamente en él. Aunque el Señor habita en “la altura y en la santidad”, también está “con el contrito y humilde de espíritu” (Isa. 57:15). Como Jesús mismo dijo, hablando de sus fieles seguidores: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los amaste a ellos así como me amaste a mí” (Juan 17:23). No puede haber algo más íntimo y más cercano que eso.
Lo mejor sobre nuestro Dios es que su grandeza y su poder son tan vastos que traspasan el Cosmos y llegan a cada una de nuestras vidas. Él promete volver a crearnos, moldearnos, transformarnos a semejanza de su imagen. Piensa por un momento en lo que esto significa. El Dios que creó miles de millones de galaxias y las sostiene es el mismo Dios en quien “vivimos, y nos movemos, y existimos” (Hech. 17:28), y además obra en nuestro corazón para darnos un corazón nuevo, para limpiarnos del pecado y hacernos nuevas criaturas en Cristo. Qué pensamiento tan reconfortante es comprobar que nuestro Dios, un Dios con semejante poder, nos ama y nos cuida.
¿Cómo podemos aprender a obtener esperanza y consuelo al percibir la inmanencia de Dios? ¿O te asusta, porque Dios conoce tus secretos más sombríos? ¿Cómo es que el evangelio te puede dar paz en ese contexto?