“Y de aclarar a todos la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, quien creó todas las cosas” (Efe. 3:9).
EL SÁBADO Y EL FIN
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Santiago 2:8-13; Deuteronomio 5:12-15; Salmo 33:6, 9; Apocalipsis 14; 2 Pedro 3:13; Apocalipsis 21:1.
La esencia de la dignidad humana es un elemento común de la Creación. El hecho de que hayamos sido creados de manera única por Dios da valor a cada ser humano. El feto en el vientre de la madre, el adolescente tetrapléjico, el adulto joven con síndrome de Down y la abuela afligida por el Alzheimer tienen un inmenso valor para Dios. Dios es su Padre; ellos son sus hijos e hijas. “El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la Tierra, no habita en templos hechos por manos humanas; ni es honrado por manos de hombres [...]. De uno solo hizo todo el linaje de los hombres, para que habitaran en toda la Tierra. Y les ha fijado el orden de las estaciones y los límites de su residencia” (Hech. 17:24-26).
Tenemos una herencia compartida. Pertenecemos a la misma familia. Somos hermanos y hermanas formados, diseñados y moldeados por el mismo Dios. La Creación nos ofrece un verdadero sentido de autoestima. Cuando los genes y los cromosomas se unieron para formar la estructura biológica única de tu personalidad, Dios rompió el molde. No hay nadie como tú en todo el Universo. ¡Eres único, una creación única, un ser de un valor tan inmenso que el Dios que creó el Cosmos tomó en sí nuestro cuerpo carnal y se ofreció a sí mismo como sacrificio por ti y por tus pecados!