“Por tanto, vayan a todas las naciones, hagan discípulos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mat. 28:19).
EL DIOS TRINO: EL ORIGEN DE LA MISIÓN
La misión de Dios en las Escrituras da prominencia a Jesús como el único camino a la salvación. Cristo mismo declaró: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Pero Jesús también nos ayuda a comprender la centralidad del Dios trino en su misión.
Todo lo que Cristo hizo fue por su Padre celestial o para él (ver Juan 4:34; 5:30; 12:45). Sin embargo, siempre debemos recordar que la misión de Jesús no comenzó cuando vino al mundo. La había recibido del Padre incluso antes de la creación de nuestro mundo (comparar con Efe. 1:4; 1 Ped. 1:20).
Por lo tanto, Dios concibió la manera en que salvaría a la humanidad aun antes de poner los cimientos de nuestro planeta, y entró intencionalmente en la historia de la humanidad para cumplir con este propósito.
El Hijo creó el mundo (Juan 1:3) y, “cuando se cumplió el tiempo” (Gál. 4:4), Dios demostró su amor al enviar al Hijo aquí (Juan 3:16, 17). El Hijo vino, murió en la Cruz y venció a la muerte. Luego, enviado por el Padre, vino el Espíritu (Juan 14:26; 16:7), quien convence al mundo (Juan 16:8-11) y hoy continúa la misión del Padre y del Hijo al dar poder y enviar al pueblo de Dios a la misión (Juan 14:26; 16:13, 14).
Lee Juan 20:21 y 22. La idea de que la misión tiene su origen en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, ¿cómo debería trazar nuestra misión?
Aunque la palabra “trinidad” no se encuentra en la Biblia, las evidencias trinitarias relacionadas con la misión son cuantiosas. Por ejemplo, después de la resurrección, Cristo se apareció a sus discípulos y les prometió: “Ahora voy a enviarles lo que ha prometido mi Padre; pero ustedes quédense en la ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto” (Luc. 24:49, NVI, énfasis añadido). Aquí encontramos la realidad de la misión de la Deidad en una sola frase: la promesa del Padre; la seguridad del cumplimiento de la promesa por parte del Hijo; y la promesa misma, la venida del Espíritu Santo (ver Luc. 3:16; Hech. 1:4, 5, 8).
Con estos pasajes, aprendemos que la misión no es nuestra. Pertenece al Dios trino. Como tal, no fracasará.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo participan en la obra de salvar almas. ¿Por qué te reconforta tanto este pensamiento?