“Pero recibirán poder cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo, y me serán testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8).
EL LLAMADO A ABRAHAM
Abraham siguió el llamado de Dios y entró en la tierra como Dios le había ordenado. Sin embargo, desde el principio, las cosas no parecieron irle demasiado bien. Llegó al lugar al que Dios le había dicho que fuera, pero, según la Biblia, “el cananeo habitaba entonces en la región” (Gén. 12:6), un pueblo pagano famoso por su crueldad y su violencia. No es de extrañar que, justo después de que Abraham llegara allí, el Señor se le apareciera y le dijera: “A tus descendientes daré esta tierra” (Gén. 12:7). Sin duda, Abraham necesitaba ese estímulo.
Sin embargo, las cosas todavía no le iban precisamente bien; al menos, al principio.
Lee Génesis 12:10 al 13:1. ¿Qué cosas le sucedieron después y qué errores cometió este hombre de Dios?
Qué desalentador debió haber sido para él: dejar una existencia cómoda y probablemente próspera en su tierra natal, solo para partir “sin saber a dónde iba” (Heb. 11:8). Y una de las primeras cosas que enfrentó fue el hambre. Esta hambruna fue tan grave que tuvo que abandonar el lugar donde Dios le había dicho que se estableciera e ir a otro lugar. Y después las cosas empeoraron aún más.
“Durante su estada en Egipto, Abraham dio evidencias de que no estaba libre de la debilidad y la imperfección humanas. Al ocultar el hecho de que Sara era su esposa, reveló desconfianza en el amparo divino, una falta de esa fe y ese valor elevadísimos tan frecuente y noblemente manifestados en su vida. [...] A causa de la falta de fe de Abraham, Sara se vio en gran peligro. El rey de Egipto, habiendo oído hablar de su belleza, la hizo llevar a su palacio, pensando hacerla su esposa. Pero el Señor, en su gran misericordia, protegió a Sara, enviando plagas sobre la familia real” (Elena de White, Patriarcas y profetas, p. 123).
Nadie ha dicho que la obra misionera fuera fácil, y al mentir, al ser engañoso, Abraham solo empeoró las cosas. Afortunadamente, Dios es un Dios de paciencia, y no desechó a su siervo por este error que, por desgracia, no sería el único que Abraham cometería. Qué reconfortante es saber que, a pesar de nuestros errores, si nos aferramos al Señor con fe y sumisión, como lo hizo Abraham, Dios no solo puede perdonar nuestros errores, nuestros pecados y nuestras faltas, sino además puede seguir utilizándonos para la misión.
¿Qué lecciones podemos sacar de la historia de Abram en Egipto?