“Estas son las palabras que les hablé cuando estaba aún con ustedes; que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos” (Luc. 24:44).

“USTEDES [...] LO CRUCIFICARON”

miércoles 8 de noviembre, 2023

Hechos 2 registra el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés. Mientras los seguidores de Jesús oraban, sobre la cabeza de ellos se posaron lenguas de fuego. Ellos reconocieron que habían recibido el poder prometido del Espíritu Santo.

Lee Hechos 2:1 al 41. ¿Qué les sucedió a los discípulos al recibir al Espíritu Santo en Pentecostés?

Los discípulos comenzaron a hablar en otras lenguas “según el Espíritu les concedía que hablasen” (Hech. 2:4). Lo crucial aquí es que Dios capacitó a cada persona para beneficio de los no creyentes. La bendición no era meramente para su propio bien. No era una bendición para hacerlos aptos para el Cielo o para que pudieran hacer negocios más fácilmente en un idioma extranjero. Se les concedió la bendición para cumplir la misión de Dios hacia los perdidos. Hoy, Dios llama a cada uno de sus seguidores a usar sus dones personales para el bien de su misión hacia los incrédulos. Se nos han dado dones: ¿qué mayor llamado a la misión que usar lo que se nos ha dado para alcanzar a otros?

El derramamiento del Espíritu Santo dio lugar a que muchos se arrepintieran de haber rechazado al Mesías, pues seguramente algunos de ellos estaban en Jerusalén cuando él murió. Piensa en el poder que hay aquí: Pedro acusó a algunos de ellos de haber crucificado al Cristo. Obviamente, se dieron cuenta de lo que habían hecho y, al verse condenados, gritaron: “Hermanos, ¿qué haremos?” (Hech. 2:37).

Con todo, incluso ellos podían recibir el perdón. Pedro les dijo: “Arrepiéntanse, y sea bautizado cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados. Y recibirán el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38).

Al trabajar juntos, en armonía con el Espíritu Santo y entre sí, estos seguidores de Jesús predicaron el arrepentimiento y el perdón de los pecados, ¡incluso para aquellos que podrían haber participado directamente en la crucifixión de Jesús! Ese es el poder del evangelio. Si ese mensaje no nos motiva a la misión, ¿qué nos motivará? Somos llamados a difundir el evangelio al mundo, un mundo pecador, caído y corrupto, con gente pecadora, caída y corrupta. Nuestro trabajo no es juzgar; nuestro trabajo es dar testimonio del poder salvador de Jesús.

La idea de que incluso a algunos de los que fueron cómplices de la muerte de Cristo se les ofreciera la salvación, ¿por qué debería (1) ser un aliento para nuestra alma, y (2) animarnos a dar testimonio a los demás, por más malos que parezcan?