“El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas” (Hech. 17:24).
PABLO EN EL AREÓPAGO
Sin importar dónde estuviera, como Dios lo había comisionado, Pablo predicaba el evangelio. Y eso es exactamente lo que trató de hacer en Atenas.
Lee Hechos 17:18 al 21. ¿Cómo reaccionaron los paganos de la plaza ante las palabras y las preguntas de Pablo?
Es evidente que, con sus “dioses extraños”, Pablo impresionó a la gente del mercado (Hech. 17:18), por lo que lo llevaron al Areópago, una parte de la ciudad donde se dirimían asuntos legales y religiosos; aunque al parecer Pablo no enfrentó ningún tipo de juicio legal. Por lo visto, querían escucharlo a él y su “nueva doctrina” (Hech. 17:19). Sería difícil ignorar a alguien con la elocuencia, la pasión y la inteligencia de Pablo, aunque promoviera ideas que a aquella gente le parecían muy extrañas.
Hechos 17:21 dice que los atenienses no hacían más que hablar y escuchar sobre las últimas ideas. ¿Lucas los estaba acusando de perezosos? Probablemente, no. Lo más probable es que señalara que eran pensadores y polemistas experimentados. Al fin y al cabo, la sociedad griega generó pensadores como Sócrates, Platón y Aristóteles, filósofos cuya influencia ha llegado hasta nuestros días. Atenas había sido considerada durante siglos el centro del pensamiento intelectual y filosófico. Aunque algunos de estos pensadores no eran ateos, desde luego no en el sentido en que hoy concebimos el ateísmo, muchas de sus ideas filosóficas diferían radicalmente de las enseñanzas del cristianismo. Es difícil, por ejemplo, encontrar en la filosofía de los epicúreos y los estoicos un lugar para algo como un Mesías resucitado.
En Atenas, Pablo había esperado que el Espíritu Santo pudiera utilizar sus conocimientos y sus habilidades oratorias, que había adquirido en su educación con Gamaliel. Pero, en realidad, fue la educación de Pablo en las calles de Atenas lo que el Espíritu Santo pudo utilizar aún más. “Sus más sabios oyentes estaban asombrados al escuchar su razonamiento. Demostró que estaba familiarizado con sus obras de arte, su literatura y su religión” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 195).
Después de la experiencia de Pablo en Atenas con estos paganos y filósofos, escribió a los corintios: “Me propuse no saber nada entre ustedes sino a Jesucristo, y a él crucificado” (1 Cor. 2:2). ¿Qué lección podemos encontrar aquí acerca de que Cristo debe ocupar un lugar central en nuestro mensaje, sin importar a quiénes les estemos predicando?