“¿Cómo habíamos de cantar canción del Señor en tierra extraña?” (Sal. 137:4).
LOS DÍAS DEL MAL
Lee Salmos 74:18 al 22 y 79:5 al 13. ¿Qué está en juego aquí?
El salmista trata de comprender el gran conflicto entre Dios y los poderes del mal, y señala la insondable paciencia de Dios, así como sus infinitas sabiduría y poder.
El problema del mal en Salmos es principalmente teológico; inevitablemente se refiere a cuestiones sobre Dios. Así, la destrucción de Jerusalén y del Templo se considera principalmente un escándalo divino, porque les dio a los paganos la oportunidad de blasfemar contra Dios. La herencia de Dios (el pueblo de Israel) es la señal de su elección divina y de su Pacto (Deut. 4:32-38; 32:8, 9), que nunca fallarán. El concepto de la herencia de Dios también contiene una dimensión del tiempo del fin, ya que un día todas las naciones se convertirán en la herencia de Dios y lo servirán. La noción de que las naciones invadieron la herencia de Dios amenaza estas promesas divinas.
Indudablemente, el salmista reconoce que los pecados del pueblo corrompieron la relación de pacto entre el pueblo y Dios y trajeron sobre el pueblo todas las consecuencias (Sal. 79:8, 9). La supervivencia del pueblo depende únicamente de la intervención misericordiosa de Dios y de la restauración del vínculo del Pacto mediante la expiación del pecado. El Señor es el “Dios de nuestra salvación”, lo que refleja la fidelidad de Dios a sus promesas del Pacto (Sal. 79:9).
No obstante, más importante que la restauración de la riqueza de Israel es la defensa del carácter de Dios en el mundo (Sal. 79:9). Si las actos malvados de las naciones quedan impunes, parecería como si Dios hubiera perdido su poder (Sal. 74:18-23; 83:16-18; 106:47). Solo cuando Dios salve a su pueblo, su nombre será justificado y enaltecido.
Al igual que hoy, el mismo principio existía en aquel entonces. Nuestros pecados, nuestras recaídas, nuestras maldades, pueden desprestigiarnos no solo a nosotros, sino también, lo que es peor, al Dios cuyo nombre profesamos. Nuestras malas acciones erróneas suelen tener efectos espirituales perjudiciales también para nuestro testimonio y nuestra misión. ¿Cuántas personas se han alejado de nuestra fe por las acciones de quienes profesan el nombre de Cristo?
“El honor de Dios, el honor de Cristo, están comprometidos en la perfección del carácter de su pueblo” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 625). ¿Cómo entiendes esta importante verdad, y qué debería significar para tu vida cristiana?