“La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la piedra angular. Obra del Señor es esto, es una maravilla a nuestros ojos” (Sal. 118:22, 23).
SACERDOTE ETERNO SEGÚN EL ORDEN DE MELQUISEDEC
Lee Salmo 110:4 al 7. ¿En qué sentido es único el sacerdocio de Cristo, y qué gran esperanza podemos encontrar en el sacerdocio celestial de Cristo?
Dios dota al Mesías de una realeza eterna (Sal. 110:1-3) y de un sacerdocio de rango superior, el orden de Melquisedec (Sal. 110:4-7). El Señor sella su palabra con una promesa solemne (Heb. 6:18). El juramento de Dios de no cejar en su empeño de darnos un Sacerdote perfecto es una señal de su gracia. Los pecados y las rebeliones abiertas de la gente hacen que Dios abandone constantemente a su pueblo, pero el juramento de Dios es inmutable y garantiza la gracia de Dios al revocar su juicio sobre el pueblo arrepentido (Éxo. 32:14; Sal. 106:45).
El juramento divino introduce un elemento novedoso en el pacto davídico, al declarar que el Mesías Rey es también Sacerdote (Sal. 110:4). Los reyes de Israel nunca pudieron ejercer como sacerdotes levitas (Núm. 8:19; 2 Crón. 26:16-21). Cuando la Escritura menciona a reyes o pueblos que ofrecen sacrificios, implica que ellos llevaban los sacrificios a los sacerdotes, quienes realmente los ofrecían. Salmo 110 distingue al Mesías Rey de los demás reyes y sacerdotes de Israel. El sacerdocio eterno de Cristo deriva de Melquisedec, quien era a la vez rey de Salem (Jerusalén) y sacerdote del “Dios Altísimo” (Gén. 14:18-20). El Antiguo Testamento nunca habla del rey David ni de ningún otro rey israelita como poseedores del sacerdocio según el orden de Melquisedec, excepto en Salmo 110. Es evidente que este salmo habla del sacerdocio de Melquisedec. Claramente, el salmo habla de un rey-sacerdote distintivo en la historia de Israel.
Lee Hebreos 7:20 al 28. ¿Cuáles son algunas de las implicaciones del sacerdocio superior de Cristo?
Al ser a la vez Rey divino y Sacerdote eterno, Cristo tiene una superioridad sin precedentes sobre los sacerdotes y los reyes humanos; por lo tanto, podemos tener esperanza. Cristo sostiene un pacto superior que se basa en el juramento de Dios, y no en promesas humanas. Él ejerce su ministerio en el Santuario celestial. Su sacerdocio no se ve afectado por el pecado ni por la muerte, como el de los sacerdotes humanos, y por eso puede interceder por su pueblo y salvarlo por siempre. La obra reconciliadora de Cristo como Sacerdote perfecto y compasivo le da a su pueblo la seguridad duradera de permanecer ante la presencia misma de Dios (Heb. 6:19, 20). El sacerdocio real de Cristo abolirá el dominio del mal, no solamente en el corazón de las personas, sino también en el mundo. Cumplirá la promesa de Salmo 2 de que toda nación y todo gobernante estarán sujetos al juicio real de Cristo Jesús (Sal. 2:6-9; 110:1, 2, 5, 6). El maravilloso sacerdocio real de Jesús reclama nuestras obediencia y confianza absolutas.