“Jesús respondió: ‘Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?’ ” (Juan 11:25, 26).

LA CURACIÓN DEL CIEGO: PARTE 1

martes 8 de octubre, 2024

Lee Juan 9:1 al 16. ¿Cuál era, según los discípulos, la causa de la ceguera de este hombre? ¿Cómo corrigió Jesús esas ideas erróneas?

Los discípulos relacionaron la enfermedad con el pecado. Varios pasajes del Antiguo Testamento apuntan en esa dirección (comparar con Éxo. 20:5; 2 Rey. 5:15-27; 2 Rey. 15:5; 2 Crón. 26:16-21), pero la historia de Job debería haber sido suficiente para demostrar que tal conexión no es siempre el caso.

Jesús aclara el asunto, sin negar que exista a veces cierta relación de causa y efecto entre el pecado y el sufrimiento, pero en este caso señalando un propósito más elevado: que Dios sería glorificado por la curación. El relato contiene ciertas afinidades con la historia de la Creación, cuando Dios formó al primer hombre del polvo de la tierra (Gén. 2:7), del mismo modo que Jesús hace barro para suplir al ciego de lo que carecía al nacer.

En Mateo, Marcos y Lucas, los relatos de milagros siguen un patrón común: la descripción del problema, la presentación de la persona a Jesús, la curación y el reconocimiento de la curación con alabanzas a Dios.

En el relato de Juan 9, esta secuencia se completa en Juan 9:7. Pero, como es típico en Juan, el significado del milagro se convierte en un tema de discusión mucho más amplio, que conduce a una larga interacción entre el hombre curado y los líderes religiosos. Esta sorprendente discusión gira en torno a dos pares de conceptos entrelazados y contrapuestos: pecado/obras de Dios y ceguera/visión.

El narrador informa al lector recién en Juan 9:14 que Jesús hizo este milagro en sábado, lo que según la tradición, no la Biblia, significaba violar el cuarto Mandamiento. Por lo tanto, los fariseos lo consideraron un transgresor del sábado. La conclusión de ellos fue que él no venía de Dios, pues sostenían que “no guardaba el sábado”. Pero a otros les parecía preocupante que un pecador pudiera hacer tales señales (Juan 9:16).

La discusión está lejos de terminar, pero ya aparece una división. El ciego tiene cada vez más claro quién es Jesús, pero los dirigentes religiosos están cada vez más confundidos o ciegos en cuanto a su verdadera identidad.

¿Qué debería decirnos esta historia acerca del peligro de estar tan cegados por nuestras propias creencias y tradiciones que pasemos por alto verdades importantes y evidentes?