Trapos de inmundicia

26 marzo, 2011

Cierto evangelista fue invitado a dar una serie de conferencias en un lugar y hospedado en un hotel de la ciudad.  Como el viaje había sido largo y la noche era avanzada, el sueño le vencía. Apenas hubo llegado, fue a la cama para descansar.  Al descorrer la colcha para acostarse, se dio cuenta que había en las sábanas manchas frescas de sangre y otras evidencias de suciedad.  Le incomodó tanto la situación que pedió que lo cambiaran de habitación o cambiaran las sábanas sucias.

¿Te ha sucedido algo similar? ¿Has tenido la incomodidad de dormir sobre trapos sucios? ¿Te ha tocado vestir alguna ocasión ropas sucias de otra persona o lavar los trapos sucios con los que limpian las partes más sucias de los baños públicos? Es una situación desagradable, ¿no es cierto?  Bueno, la ilustración puede ayudarnos a comprender lo que significan los "trapos de inmundicia" que refiere el profeta Isaías.  Los "trapos de inmundicia" que son despreciables y causan repugnancia son comparados con los intentos del ser humano para justificarse a si mismo y ganar por su cuenta la salvación. El pasaje de Isaías dice así: "Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapos de inmundicia…" (Is. 64: 6).

Algunos piensan que los que nacen y se mantienen en la iglesia no experimentan la misma conversión ni reconocimiento de su maldad y, por lo tanto, de la necesidad de la justicia de Cristo como los que han vivido alejados de Dios.  Incluso, algunos piensan que la única forma de tener una verdadera conversión y reconocimiento que nuestra justicia es como "trapos de inmundicia", es experimentar el pecado y sus consecuencias.  Sólo así, dicen algunos, el cristiano puede llegar a un verdadero arrepentimiento y reconocimiento de su maldad y de la necesidad de la justicia de Cristo.

Este postulado que parece lógico necesita ser enfrentado a la luz del significado del versículo mismo. Literalmente, la expresión "trapos de inmundicia" se refiere a "trapos de menstruación". [i] Isaías utiliza esta figura para decir que los mejores esfuerzos del hombre para justificarse o ganar la salvación no son aceptos delante de Dios. Los intentos del hombre por su auto justificación producen repugnancia delante de Dios, como los "trapos de inmundicia", porque son finalmente un desprecio de la justicia de Cristo, su persona y su obra salvadora.  Por eso la Biblia dice: "En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre dado a los hombre en quien podamos ser salvos" (Hech. 4: 12).  Sólo el manto de justicia que Cristo ha provisto preparará al hombre para que aparezca en la presencia de Dios justificado.

Con esto en mente vemos, entonces, que quienes mejor pueden experimentar la necesidad de la justicia de Cristo no son nada más los que vienen del mundo, sino especialmente los que han nacido y crecido en la iglesia, los que se han "portado bien", los que nunca se fueron de "casa" y que como el "hijo mayor" de la parábola siempre permanecieron al "lado del Padre".  Son los que han permanecido en la iglesia los que pueden llegar a pensar que no tienen "trapos de inmundicia", cuando en realidad son los que más los pueden poseer, porque los "trapos de inmundicia" a la luz del pasaje citado no son los actos pecaminosos sino las "buenas obras" y la "vida justa" que el cristiano piensa que tiene a diferencia de quienes vienen del mundo.

Al hacer un repaso de la experiencia de los pioneros de nuestra iglesia en la recepción que tuvo el mensaje de justificación por la fe entre ellos, vemos que produjo una reforma.  Porque muchos tenían ideas tergiversadas al respecto.  Creían que eran lo suficientemente buenos como para lograr su justificación, pero cuando la obra del Espíritu Santo se dejó sentir entre ellos, hubo una reforma y reavivamiento completos. "Hubo muchos que testificaron de que al presentarse las verdades escrutadoras, habían sido convencidos de que eran pecadores a la luz de la ley. Habían estado confiando en su propia justicia. Ahora la vieron como trapos de inmundicia, en comparación con la justicia de Cristo que es la única que Dios puede aceptar." (The Review and Herald, 5 de marzo de 1889).

Entonces, querido joven, no necesitas ir al mundo para tener una verdadera experiencia de conversión; por el contrario, donde te encuentras ahora tienes la gran posibilidad de reconocer la necesidad del manto de la justicia de Cristo, el único que puede justificarnos, que ha sido tejido en el telar celestial y que no tiene un solo hilo de invención humana.


[i] Brown, Francis, Samuel R. Driver, and Charles A. Briggs, Enhanced Brown-Driver-Briggs Hebrew and English Lexicon. (Electronic Edition; Oak Harbor, WA: Logos Research Systems, 2000), s.v. "hD'[i".

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