Las bodas del Hijo del Rey

04 junio, 2011

En el estudio de esta semana que se refiere a sin vestido de bodas, esta escena se desarrolla durante las bodas del hijo del rey. Hay una pregunta relacionada con esta parábola, que tal vez algunos se hayan hecho: Si el rey representa a Dios el Padre, y el hijo del Rey es Jesús, ¿con quién se casa Jesús?, ¿quién es la esposa?

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la relación matrimonial se emplea para representar la unión tierna y sagrada que existe entre Dios y su pueblo. En el Antiguo Testamento se usa la figura del matrimonio para describir la relación entre Jehová con el pueblo de Israel y con la tribu de Judá (Eze 16:8; 23:4; Jer 3:14; 31:32-33). También Dios anuncia que "en aquel tiempo" se casaría con Israel para siempre: "te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia y te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás a Jehová" (Ose 2:16-20). Por lo tanto "el casamiento representa la unión de la humanidad con la divinidad" ( PVGM, 250).

También en los Escritos del AT se anuncia el nacimiento de un niño cuyo nombre sería "Emmanuel" (Isa 7:14); y que ese niño tendría nombres de carácter divino "Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz (Isa 9:6 NVI). En el NT se afirma que el Verbo divino, que era con Dios y era Dios, "fue hecho carne y habitó entre nosotros" (Jn 1:1-3, 14).

El hijo nacido es producto de la unión de la divinidad con la humanidad, es por esa razón que Jesús se llama a sí mismo "el Hijo del Hombre", quien vino a este mundo a buscar y salvar lo "que se había perdido" y "dar su vida en rescate por muchos", (Dan 7:13, 14; Mat 20:28; Luc 19:10).

E. G. White comenta que "por su vida y su muerte, Cristo logró aun más que restaurar lo que el pecado había arruinado. Era el propósito de Satanás conseguir una eterna separación entre Dios y el hombre; pero en Cristo llegamos a estar más íntimamente unidos a Dios que si nunca hubiésemos pecado. Al tomar nuestra naturaleza, el Salvador se vinculó con la humanidad por un vínculo que nunca se ha de romper. A través de las edades eternas queda ligado con nosotros. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito" (Jn 3:16). Lo dio no sólo para que llevase nuestros pecados y muriese como sacrificio nuestro; lo dio a la especie caída. Para asegurarnos los beneficios de su inmutable consejo de paz, Dios dio a su Hijo unigénito para que llegase a ser miembro de la familia humana y retuviese para siempre su naturaleza humana. Tal es la garantía de que Dios cumplirá su promesa. En Cristo, la familia de la tierra y la familia del cielo están ligadas. Cristo glorificado es nuestro hermano. El cielo está incorporado en la humanidad, y la humanidad, envuelta en el seno del Amor Infinito" (DTG 15-17).

Ahora, ese Hijo del Hombre que en el Apocalipsis se le llama "el Cordero", es quien celebra sus bodas: ¡Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria! Ya ha llegado el día de las bodas del Cordero. Su novia se ha preparado (Apoc. 19:7 NVI). La novia es la ciudad de Jerusalén. Así lo afirma un ángel a Juan: "Ven, que te voy a presentar a la novia, la esposa del Cordero". Me llevó en el Espíritu a una montaña grande y elevada, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios (Apoc. 21:9-10 NVI). Es Jerusalén, "la abandonada y repudiada", con quien Jehová el Señor se compromete en matrimonio, según lo anunció Isaías (Isa 54:1-8). Es la "Jerusalén de arriba", de la cual habló el apóstol Pablo, de quien dice que es "la madre de todos nosotros", los que somos de Cristo (Gal. 4:26).

E. G. White añade: "Salta, pues, a la vista que la Esposa representa la ciudad santa, y las vírgenes que van al encuentro del Esposo simbolizan a la iglesia. En el Apocalipsis, el pueblo de Dios lo constituyen los invitados a la cena de las bodas (Apoc. 19: 9). Si son los invitados, no pueden representar también a la esposa. Cristo, según el profeta Daniel, recibirá del Anciano de días en el cielo "el dominio, y la gloria, y el reino", recibirá la nueva Jerusalén, la capital del reino, "preparada como una novia, engalanada para su esposo" (Dan. 7: 14; Apoc. 21: 2, VM). Después de recibir el reino, vendrá en su gloria como Rey de reyes y Señor de Señores, para redimir a los suyos, que "se sentarán con Abrahán, e Isaac y Jacob" en su reino (Mat. 8: 11; Luc. 22: 30), para participar de la cena de las bodas del Cordero", ( Cristo en el Santuario, p. 116).

Por lo tanto, la esposa del hijo del Rey es la nueva Jerusalén, que desciende del cielo de Dios, que representa a la raza de los redimidos. Los redimidos son una nueva raza, ya no son humanos como los descendientes de Adán, ellos han sido transformados en incorruptibles e inmortales, semejantes al segundo Adán, Cristo Jesús (1 Cor 15:45-5, Fil 3:21). Es con esa nueva raza que Cristo unirá su vida por toda la eternidad (Apoc. 21:3) y nosotros tenemos el privilegio de pertenecer a ese grupo gracias al sacrificio del Cordero que fue inmolado por nosotros.

Armando Juárez, PhD, es catedrático de teología sistemática en la Escuela de Teología de la Universidad de Montemorelos. Obtuvo su doctorado en Teología en Andrews University (USA) y cuenta con una amplia experiencia como pastor, administrador, y maestro.

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