ESTRENAR ROPA
Juan José Andrade
Pocas personas realmente no experimentan atracción por la ropa nueva. La mayoría nos sentimos bien cuando nos toca estrenar. Ya sea porque alguien nos la regaló o porque pudimos tener la oportunidad de comprarla; como quiera, estrenar ropa resulta agradable.
El olor de la ropa nueva es singular, la textura es extraordinaria, no tiene desgaste, los colores están bien definidos, no se han perdido, y la presentación es de primera. Inclusive, el simple hecho de ponérnosla nos hace sentir diferentes. Sentimos que nuestra personalidad cambia; nos sentimos más seguros, sonreímos al portarla y hasta caminamos de manera diferente, ¿qué cosa, no?
¿Puede la ropa tener este efecto en las personas? ¡Claro! La ropa puede tener un impacto sobre la personalidad de manera extraordinaria al grado de modificar la conducta y levantar la autoestima. Ahora, debemos reconocer que ese cambio es temporal, es decir, mientras estamos vestidos con una ropa así. Con esto en mente, de acuerdo a la lección de esta semana "Vestidos de Cristo" surge una pregunta: ¿Estar vestidos de Cristo, tendrá un impacto similar sobre la vida de las personas como el que logra el estrenar ropa? ¿Qué piensas?
Bueno, yo creo que sí y no; deja que explique. Sí, porque cuando Cristo mora en una persona necesariamente experimenta una transformación. Pero esa transformación es más que un cambio temporal y más que un cambio en la personalidad y en la conducta, aunque la incluye; tiene que ver con el carácter. Es un cambio integral, abarca el ser entero, nuestro aspecto físico, mental y espiritual. Y no es similar al hecho de ponernos una ropa nueva en el sentido de la temporalidad; es decir, la ropa nueva te la pones y te la quitas al rato, pero la experiencia con Cristo no es así. Estar vestidos de Cristo es una experiencia duradera que se proyecta desde ahora y hasta la eternidad.
Lamentablemente muchos cristianos han pensado y actuado creyendo que estar vestidos de Cristo es como el acto de vestirnos con una ropa nueva, de esas que estrenamos, que nos ponemos y que nos quitamos al rato, cuando pasó la fiesta o la reunión especial. No. Estar vestidos de Cristo es una decisión del corazón que se transfiere en un acto: el bautismo, pero que se proyecta en una experiencia constante y creciente. Tiene su inicio en el bautismo, sí, pero continúa mediante la transformación diaria que lleva a cabo el Santo Espíritu de Dios en el corazón y en la vida exterior de aquellos que han entregado su vida a Jesús. Como dice Prov. 4:18: "Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto".
El que verdaderamente está vestido de Cristo lo manifiesta en una vida de genuina transformación. Amará como Cristo amó, servirá como Cristo sirvió y se dará como Cristo se dio. Tiene que ver más con el carácter que con la personalidad. Mientras todas las cosas tienden a destruirse y empeorar, los que están vestidos de Cristo serán cada vez mejor en todos los aspectos de su vida.
"No puede haber vida sin crecimiento. La planta crece, o muere. Del mismo modo que su crecimiento es silencioso, imperceptible pero continuo, así es también el crecimiento del carácter" E.G.W., La educación, p. 101.
"El verdadero carácter no es algo que se forma desde afuera, o con lo que uno se reviste, sino que es algo que se irradia desde adentro". CDCD, p. 146.
"Revestirnos de Cristo" es permitir cada día que Cristo more en nosotros y dirija cada una de nuestras acciones y pensamientos. Estar revestidos de Cristo, como he mencionado, tiene que ver más con el carácter que con la personalidad, sin embargo, abarcará todo el ser. Y el estilo de vida será diferente, todo en nosotros lo manifestará. Es una experiencia que se integra a la vida permanentemente, no como una pieza de ropa que al rato nos quitamos, sino más bien como la piel que estará con nosotros todos los días de nuestra vida.
Querido lector, que el Santo Espíritu nos impulse cada día a desear que el manto de Cristo, su vida misma, sea colocado sobre la nuestra, para que podamos ser de bendición para los demás y un olor grato para la honra y gloria de Dios.