En esta esquina "La Forma" y en esta otra el "Estilo de Vida"

10 septiembre, 2011

El título pareciera el anuncio de un combate entre dos contendientes, ¿verdad?; lo cierto es que la iglesia cristiana primitiva enfrentó el desafío de identificar la verdadera adoración de la falsa. Distinguir entre el énfasis desmedido en las formas y la esencia de la verdadera adoración que es Cristo. Este es un combate que no ha terminado; a lo largo de los siglos, la iglesia cristiana ha batallado entre estas dos percepciones de la adoración.

Si nos remontamos al tiempo de Cristo encontramos que el debate se enfocaba justamente en esto. La mujer samaritana argumentó con Jesús diciendo: “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar en donde se debe adorar” Jesús le dijo: “…créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre…la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn. 4:20-23). De esto se desprende que la adoración involucra todo el ser y cada momento y lugar en el que el cristiano se encuentra. Es un estilo de vida, no un programa o un día o unas horas, sino la forma de ser de aquel que ha entregado su vida a Jesús.

Por su puesto que no es fácil. La nación judía no lo entendió así. Y no lo entendió porque la adoración está necesariamente ligada a una persona: esa persona es Jesús. De modo que la nación judía al rechazar a Jesús, no podía por consecuencia participar de la verdadera adoración. La Biblia dice que: “a los suyos vino y los suyos no le recibieron” (Jn. 1:11).

Pero no sólo la nación judía en general tuvo ese problema, sino los responsables de conducir la adoración, es decir los líderes religiosos, a quienes también les costó trabajo entender la esencia de la verdadera adoración. En la reprensión que Jesús les hace, les dice: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones; por eso recibiréis mayor condenación” (Mt. 23:14). Ellos creían que la adoración consistía en acumular riquezas para adornar el templo, aunque fuera necesario vaciar las casas de los pobres y viudas, ¿qué cosa, no? Tenían elementos de la adoración: dice la Biblia que hacían largas oraciones, fíjate bien, no eran oraciones cortitas; y sin embargo, posiblemente ni al techo del templo llegaron.

Lamentablemente los discípulos de Jesús no estuvieron exentos de algunas percepciones equivocadas de lo que significa la verdadera adoración. En una ocasión al llegar a Capernaum, Jesús les preguntó: “…¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor” (Mr. 9:33, 34). La lucha por conseguir posiciones y puestos distinguidos los había desviado del verdadero significado y esencia de la adoración: Amor a Dios y al prójimo. En ese contexto perdieron de vista que los cargos o posiciones no eran para la supremacía o el protagonismo y orgullo personal, sino que debían ser áreas de servicio a los demás.

La adoración centrada en la forma (por llamarle de alguna manera), se enfoca en la grandeza de las obras, pero la adoración verdadera en la sinceridad de los motivos. La adoración centrada en la forma se preocupa por el mando, la dirección y las órdenes; pero la adoración verdadera busca servir a los demás.

Aunque parece fácil distinguir la verdadera adoración, no lo es, a menos que estemos fuerte y constantemente tomados de la mano de Jesús. A menos que cada día seamos guiados por el Espíritu Santo. De otro modo, nuestra naturaleza caída y pecaminosa puede llevarnos a asumir posiciones incorrectas en torno a la verdadera adoración, como sucedió con los primeros cristianos.

La adoración verdadera tiene como base el amor. Se manifiesta en un estilo de vida de servicio y amor a Dios y al prójimo, y su influencia se extiende mucho más allá de los cultos en el templo y mucho más allá de las horas del sábado, abarca todo el ser y toda la vida del cristiano.

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