¿Conoces a un hipócrita?

08 octubre, 2011

¿Por qué detestamos en gran manera a los hipócritas? ¿Cuándo te has encontrado la última vez con uno? ¿Te recuerdas el disgusto hasta al punto de vomitar por esta conducta tan desagradable? Probablemente, más difícil de recordar, ¿cuándo has sido la última vez tu mismo un hipócrita?

            La hipocresía es el "fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan" (REA). La palabra griega hupocrités designaba en la antigüedad a un actor de teatro, una profesión despreciada, que ofreció la descripción de una persona que pretende creer, sentir o vivir lo que, en realidad, no lo experimenta. Simplemente juega un papel. Jesús condenó a los hipócritas en varias ocasiones. Es interesante que todas la apariciones de la palabra hupocrités en el Nuevo Testamento son utilizadas por Jesús y que, de las seis ocasiones cuando se menciona hupócrisis (hipocresía), Jesús ocupa tres, Pablo dos (Gálatas 2:13; 1 Timoteo 4:2) y Pedro una (1 Pedro 2:1).

Aun los más nobles cristianos, como Bernabé, pueden caer en el pecado de la hipocresía (Gálatas 2:13). Podemos publicar nuestros hechos de caridad (Mateo 6:2), exponer nuestros hábitos devocionales (Mateo 6:5) o fingir una tristeza inexistente (Mateo 6:16). También podemos criticar errores o pecados de otros, mientras los nuestros son peores (Mateo 7:5), adorar a Dios solo con nuestros labios, mientras nuestro corazón está lejos de Él (Mateo 15:7), manifestar ignorancia sobre la importancia de los tiempos que vivimos, mientras nuestro conocimiento de las cosas terrenales es remarcable (Lucas 12:56), o simplemente distorsionar el propósito del Sábado (Lucas 13:15).

Jesús criticó especialmente, de una forma muy severa, la hipocresía de los escribas y fariseos, los líderes religiosos de su tiempo. Hoy fariseísmo es un sinónimo de la hipocresía religiosa. Los fariseos tendían trampas (Mateo 22:18), se apoderaban de los bienes de las personas con desventajas sociales (23:13), pervertían a los que ganaban a su fe (23:15), mostraban una minuciosa preocupación por cosas que no les costaban mucho y descuidaban aspectos vitales de la religión (23:23), manifestaban un interés exagerado por los aspectos exteriores, encubriendo sus graves pecados con apariencia de piedad (23:25, 27), honraban a los mensajeros de Dios que vivieron el pasado y perseguían los enviados presentes (23:29). Te asombra, ¿verdad? Sin embargo, ¿te das cuenta de cuántas veces caímos en fariseísmo o hipocresía, el cual finalmente es el pecado de la mentira? ¿Una mentira tan engañosa y desagradable?

En una de las clases que estoy impartiendo, les pedí a los estudiantes actualizar el mensaje critico de Jesús a nuestros días. ¿Cómo diría Jesús hoy? "¡Ay de vosotros escribas y fariseos, hipócritas! Porque ustedes dicen que no van al cine, pero en sus casas miran películas con violencia, sexo y horror... Porque hacen oraciones tan bonitas en la iglesia y hablan tan feo en la casa… Porque predican que Cristo viene pronto, pero gastan casi todos los recursos para adquirir bienes terrenales…". Y la lista puede continuar. Me gustaría mucho si tomaras algunos momentos para pensar en hipocresías de tu vida… Si nos diéramos cuenta de la cantidad y fealdad de nuestras hipocresías, nos asustaríamos… ¡Ojalá que nos arrepintamos!

No quiero finalizar este artículo antes de ofrecer una sugerencia para vencer la hipocresía. Si se dieron cuenta, las situaciones de hipocresía condenadas por Jesús tienen un denominador común: el deseo de impresionar a la gente con nuestra religiosidad, un cuidado exagerado para proteger nuestra imagen, un disfraz meticuloso de nuestra corrupción interior, la incapacidad de reconocer nuestros fracasos más íntimos y de pedir ayuda para vencer pecados que ocultamos con un celo digno de una causa más noble. ¿No te has cansado de esta disimulación perpetua? Si la respuesta es afirmativa, creo que Dios ha provisto una solución muy sencilla: cambiar el sistema de referencia de nuestra vida. En lugar de preocuparnos con lo que piensan o pueden pensar otros sobre nosotros, preguntarnos siempre qué piensa Dios de nosotros.

Este cambio de perspectiva requiere humildad y valor. La humildad de reconocer que somos exactamente así como nos conoce Dios. Por esto debemos orar como David: "Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno" (Salmo 139:23-24). Y valor, porque debemos resistir a la presión de vivir según las expectativas de los demás. Vivir simplemente de acuerdo con las expectativas de Dios.

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