LECCIONES DE LA IGLESIA DE AYER A LA IGLESIA DE HOY

05 noviembre, 2011

El tema acerca de cómo somos justificados ha sido a lo largo de tiempo motivo de estudio y contradicción en algunos lugares y épocas. Algunos han hecho un énfasis particular en el valor de la ley y otros en la gracia. Dicho en otras palabras, justificación por obras o por la fe.

            La historia de nuestra iglesia registra un capítulo especial de este desafío en la comprensión del tema de la justificación que sucedió durante el congreso de 1888 en Minneapolis.

No es que antes de esa fecha los pioneros no comprendían que éramos justificados por la fe en Cristo y no por la ley, pues hay registro de artículos y declaraciones en esta dirección. Por ejemplo, en 1849 Jaime White escribió: “La observancia del cuarto mandamiento constituye una importantísima verdad presente; pero esto solo no salvará a nadie. Debemos guardar todos los mandamientos y seguir estrictamente todas las indicaciones del Nuevo Testamento, y tener fe viviente en Jesús” ( The Present Truth, julio 1849). Fue justamente el anhelo por Cristo que había llevado a los pioneros del movimiento adventista a esperar a su Maestro en 1844.

Ellos habían entendido que, como reparadores, debían ensalzar la ley de Dios que había sido olvidada. Y aunque tenían buena intensión, poco a poco hubo menos espacio para la predicación cristocéntrica y más para el énfasis del valor y la utilidad de la ley durante los primeros años.

Cuando llegó el Congreso de 1888, dos enfoques estaban en claro contraste. El primero, donde estaba situada la mayoría: el énfasis en la centralidad de la ley. Y el segundo, en donde estaban unos pocos: el énfasis en la justificación por la fe. Ambos grupos tenían buenas razones para el énfasis de su enseñanza, pero también ambos grupos manifestaron algunas actitudes que no eran lo mejor.

Justamente debido a las actitudes, el congreso fue bastante complicado. Los que tenían ese nuevo enfoque de la justificación por la fe y que estaban representados por dos jóvenes: Ellet Waggonner y Alonso T. Jones fueron un tanto imprudentes y ofensivos en su accionar en los procesos y sus expresiones hacia los pastores mayores. Esta actitud casi cerró la puerta de quienes no tenían la misma posición. Por otro lado, quienes no estaban de acuerdo con este nuevo énfasis (de la justificación por la fe), se negaban a considerar seriamente la propuesta juvenil. Pensaban que enfatizar la justificación por la fe traería un descuido importante a la ley de Dios y como consecuencia sobre el sábado, el día del Señor.

El Congreso fue una experiencia difícil, sin embargo, Dios guió los corazones de todos los que con sinceridad eran sensibles y fueron atentos a su voz. A través de este Congreso, el Señor condujo a su iglesia para la comprensión adecuada del papel de la ley (tema central de la lección de esta semana) y la justificación por la fe en Cristo Jesús.

Al respecto, Elena G. White dice lo siguiente:

“La ley ha sido nuestro ayo para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe (Gál. 3:24). El Espíritu Santo está hablando especialmente de la ley moral en este texto, mediante el apóstol. La ley nos revela el pecado y nos hace sentir nuestra necesidad de Cristo y de acudir a Él en procura de perdón y paz mediante el arrepentimiento ante Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo. La falta de voluntad para renunciar a opiniones preconcebidas y aceptar esta verdad fue la principal base de la oposición manifestada en Minneapolis contra el mensaje del Señor expuesto por los hermanos Waggonner y Jones” ( Mensajes selectos, tomo 1, págs. 275, 276).

Posterior a esto, el Pr. Butler reconoció que había estado equivocado y ofreció una disculpa pública (RH, 13 – 16 de 1893). Lo mismo pasó con Uriah Smith (Carta 32 de 1891).

Podemos decir que como resultado de todo esto se obtuvieron las siguientes conclusiones: 1) Enseñanza adecuada y equilibrada de la función de la ley en Gálatas; es útil, pero no salva ni justifica a nadie. Lo que hace, es llevarnos a Cristo. 2) Sólo Cristo Jesús salva y justifica mediante sus méritos al pecador que le acepta como Salvador personal. 3) Humildad para reconocer cuando hemos dado un énfasis incorrecto. 4) Corregir nuestra manera de pensar y actuar mediante la dirección del Santo Espíritu de Dios. 5) La experiencia posterior de Waggonner y Jones nos enseña que el hecho de tener la percepción correcta de una doctrina, no es garantía de permanencia y fidelidad. Necesitamos cada día caminar con Cristo, el autor y consumador de nuestra salvación.

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