Transformados por el Espíritu
Victor F. Figueroa
Cada día, cada momento, el ser humano debe tomar decisiones transcendentales para su vida. Debe elegir quién o qué dirigirá su existencia. Si una persona no se somete a la conducción del Espíritu Santo, los deseos de la carne dominarán su vida. Pero si el Espíritu lo guía, le fortalecerá para combatir todos los vicios enumerados en Gálatas 5:19-21 y lo guiará a una vida transformada.
En la lista de hechos que complacen a la naturaleza pecaminosa (Gál.5:19-21), Pablo no hace diferencia entre el que participa de borracheras y el que participa en actos de inmoralidad sexual. Una persona que no ha sido transformada por la gracia divina gratificará los deseos de la carne, y quienes vivan este tipo de conducta "no heredarán el reino de Dios" porque con sus actos demuestran que no son hijos de Dios, pues no han nacido de Dios.
¿Cómo puede una persona dar el fruto del Espíritu si continuamente es arrastrada por las tendencias pecaminosas? Pablo comparte el secreto de la victoria cristiana al afirmar: "os aseguro, hermanos, . . . que cada día muero" (1Cor. 15:31). El apóstol está repitiendo las palabras de Cristo a la gente y a sus discípulos, ". . . Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame" (Mar. 8:34).
La victoria del cristiano se fundamenta en la muerte al yo, y ese es precisamente el mayor obstáculo que impide nuestra transformación en hijos de Dios. Elena G. de White lo expresa en las siguientes palabras:
"Miles están cometiendo el mismo error de los fariseos.... Antes de renunciar a alguna idea que les es cara, o descartar algún ídolo de su opinión, muchos rechazan la verdad que desciende del Padre de las luces. Confían en sí mismos y dependen de su propia sabiduría, y no comprenden su pobreza espiritual. Insisten en ser salvos de alguna manera por la cual puedan realizar alguna obra importante. Cuando ven que no pueden entretejer el yo en esa obra, rechazan la salvación provista."[1]
Hay quienes piensan que antes de acercarse a Dios deben primero ordenar su vida, dejar sus malos hábitos, y solucionar sus problemas de conciencia. Pero la Biblia nos dice que esto no es necesario. Dios quiere recibirnos tal como somos, con todas nuestras imperfecciones e injusticias. No importa el pecado cometido, Dios quiere limpiarnos. Él desea manifestarse como "aquel que justifica al impío" (Rom. 4:5).
Dios sabe que el ser humano por sí mismo no puede eliminar los deseos de la carne. Tan pronto como el pecado entró en el mundo, Dios prometió a nuestros primeros padres que pondría enemistad entre la serpiente [Satanás] y la mujer [humanidad] (Gén. 3:15). La única condición es que la persona elija aferrarse del brazo poderoso del Señor. Es Dios quien pone la enemistad en el corazón de la gente para que puedan rechazar el pecado, y lo hace a través del Espíritu Santo.
Una persona que no es transformada por el Espíritu Santo puede compararse con una ciudad sin muros de protección. Fácilmente puede ser vulnerada por los saqueadores. De la misma manera, el corazón no regenerado por la presencia del Espíritu es asaltado por los deseos de la carne y arrastrado a condenación. Por eso Dios nos invita constantemente: "Venid . . . y estemos a cuenta: Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana" (Isa. 1:18).
Ilustración: un artista pintor decidió hacer un mural (pintura) de una parte tradicional de su pueblo. Luego de ubicarlo, pintó un hermoso rincón: una calle empedrada con casas, balcones y ventanas enrejadas. La pintura se veía muy hermosa, pero el artista estaba insatisfecho. Según él faltaba algo que le diera vida a este cuadro. Fue al lugar que había pintado para ver qué podía añadir, y mientras meditaba pasó por allí un vagabundo con su vestidura hecha harapos, despeinado y sucio. Los ojos del artista se iluminaron, había encontrado el personaje que le hacía falta para completar el paisaje. Llamó al vagabundo y le dijo: "te pagaré bien, si mañana vienes a mi taller y sirves de modelo para una pintura que estoy haciendo". El vagabundo se fue alegre, alquiló un traje nuevo, se bañó y se arregló lo mejor que pudo y se presentó en el taller del artista. Éste al verlo apenas pudo reconocerle. .. El vagabundo le dijo: "soy yo, recuerda...?" Con tristeza el artista le respondió: "amigo, lo siento pero ya no te necesito, así no me sirves para la obra que estoy haciendo, yo te quería tal como estabas el día cuando te conocí".
Dios, el gran artista divino, nos quiere así tal como somos, porque Él es el que justifica al impío; y a través del Espíritu Santo nos hace nuevas personas, nos transforma.
[1]Elena G. de White, El deseado de todas las gentes (Mountain View, CA: Publicaciones Interamericanas, 1955), 246. El énfasis es nuestro.