¿Cuánto amas a Jesús?
Daniel Nae
“El fugitivo no ha sido encontrado!” gritó con furia el odiado comandante Carlos Fritsch. “Van a pagar por esto. Diez de ustedes serán encerrados en el bunker del hambre, sin comida y agua, hasta morir!” Para desanimar los intentos de fuga, el campamento de Auschwitz tenía como regla que, si un hombre escapaba, diez murieran como venganza. Los prisioneros temblaron de terror y oraron en silencio que no les tocara la suerte fatal. De cualquier manera, diez fueron seleccionados cruelmente. Entre ellos, Francisco Gajowniczek, encarcelado por ofrecer ayuda a la Resistencia polaca. “Mi pobre mujer! gimió angustiado, “Mis pobres hijos! ¿Qué harán?”
En el siguiente momento, para la sorpresa de todos, el prisionero 16670, llamado Maximiliano Kolbe, dio un paso adelante, se quitó la gorra, y dijo al comandante: “Soy un sacerdote católico. Déjeme tomar su lugar. Yo soy viejo. Él tiene esposa e hijos." Fritsch fue tan sorprendido que no entendió. “¿Qué quiere este cerdo polaco?, pregunto con visible irritación. Maximiliano repitió: “Soy un sacerdote Católico, no tengo familia, y quiero tomar su lugar, porque él tiene esposa e hijos.” Se creó un silencio muy pesado, muy tenso. Todos pensaron que Fritsch enviará a muerte a los dos, pero el cruel comandante hizo probablemente un cálculo frio: mejor eliminar un prisionero viejo, que uno capaz de trabajar todavía. Los diez condenados a muerte por inanición fueron enviados al bunker. En menos de dos semanas todos eran muertos. Maximiliano y otros tres prisioneros recibieron una inyección letal, porque los nazis necesitaban la celda pronto, para más víctimas.
Te preguntas probablemente ¿qué pasó con Francisco? Es una pregunta natural. Sobrevivió al infierno del campo de concentración y regresó a su casa. Encontró viva a su esposa, pero, desafortunadamente, los niños habían muerto. Francisco murió en 1995. Tenía 95 años. ¿Te gustaría saber que hizo los siguiente 55 años después de su liberación? Desconozco muchos elementos de su vida en libertad, cómo el trabajo que tuvo, donde vivió etc., sin embargo sé que dos cosas marcaron su existencia hasta el día de su muerte: gratitud y servicio. Cada año, en 14 de agosto, el día cuando Maximiliano Kolbe murió en su lugar, visitaba Auschwitz para rendir un homenaje a su salvador humano. Y toda su vida promovió la misión de los franciscanos, cuyos orden pertenecía el padre Kolbe.
Gratitud y servicio. Cuando María “tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos” (Juan 12:3) expresó la profunda gratitud de un alma redimido por el sacrificio expiador de Cristo. Nuestro Salvador
Fue tratado como nosotros merecemos, para que nosotros seamos tratados como él merece, Fue condenado por nuestros pecados, de los cuales él no participaba, para que nosotros fuésemos justificados por su justicia, de la cual no participábamos. Sufrió la muerte que nos tocaba a nosotros, para que nosotros recibiéramos la vida que a él le pertenecía. “Por su llaga fuimos nosotros curados”. Isaías 53:5 (Elena de White, Testimonios para la Iglesia, Tomo 8, pág. 221).
Lo extraordinario del sacrificio de gratitud que ofreció María es que ella “rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús” (Marco 14:3) antes de la muerte de su Salvador. Por fe, ella reconoció que él había de morir, en su lugar, por sus pecados, y este acto de gratitud era la expresión de un amor inmenso. Cristo reconoció que “ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados.” Y continuó: “Pero a quien poco se le perdona, poco ama” (Lucas 7:47).
¿Cuánto amas a Jesús? La respuesta a esta pregunta sencilla, pero penetrante, depende de cuánto pensamos que hemos sido perdonados. Si reconoces que merecías la muerte y Jesús se ofreció a morir en tu lugar, entonces el amor no podría esconderse. Florecerá en gratitud y servicio.