El evangelismo y la adoración

28 abril, 2012

Siendo que uno de los objetivos de la lección de esta semana es que aprendamos a proveer un ambiente apropiado para que la “semilla del evangelio” crezca en el corazón de aquellos con los que la compartimos, hablar acerca de la adoración puede ayudarnos a percibir mejor la importancia de un ambiente semejante.

Aunque existen muchas y variadas definiciones de ella, la adoración auténtica esencialmente es una respuesta a la invitación de encontrarnos con Dios. Dado que compartir el evangelio también tiene que ver con responder a esta misma invitación, comprender la relación que hay entre los cultos de nuestras iglesias y su misión evangelística es, sin duda, algo importante.

Siendo que a fin de brindar y celebrar un culto que realmente alabe a nuestro Creador, nuestros cultos debieran ser motivados por el gozo de proclamar la obra de Cristo en nuestro favor, pero también por la lealtad a los principios bíblicos, implementar una adoración que contribuya al evangelismo podría representar todo un desafío. Sin embargo, si intentamos que nuestra adoración reúna las siguientes características dicha adoración podría llegar a ser una realidad.

La adoración debe ser bíblica. Si la Palabra de Dios es el fundamento de nuestro concepto de adoración, nuestra base para entender y aplicar tan importante tema, ella ha de ser la que determine nuestra forma de adorar también. Desconocer o ignorar lo que las Escrituras enseñan en cuanto a este tema es incluso riesgoso. De ahí que, como cristianos comprometidos con las enseñanzas bíblicas, debiéramos velar que nuestros cultos y prácticas de adoración sean congruentes sí, con el gozo de la salvación, pero también con nuestra nueva vida en Cristo.

            Por ejemplo, siendo que la Biblia nos muestra que tanto los actos como la persona de Dios son reales, tal certeza podría expresarse en nuestra adoración entonces resaltando tres temas muy específicos: el mensaje del sábado (nuestro origen), la realidad del santuario (nuestro seguro presente) y la certeza de la segunda venida de Cristo (nuestro glorioso futuro). [1]

            Así, caracterizándose por nuestra gratitud y fidelidad a Aquel que desea transformar nuestra vida y nuestro destino, resulta evidente que nuestros cultos debieran llevarnos a exaltar la grandeza del Dios que se nos ha dado a conocer mediante las Escrituras.

La adoración debe ser evangelística. Si la vida, el palpitar de la iglesia llega a ser la adoración, entonces la consecuencia, el poderoso y natural resultado de esta vida de adoración, llegará a ser el evangelismo. Una adoración vibrante y evangelística será aquella que no solo intenta suplir las necesidades espirituales de la congregación, sino también la de sus visitantes. Y si bien como adventistas no promovemos el ecumenismo (la unión de todas las iglesias bajo una sola autoridad eclesiástica), nuestros cultos debieran tratar de alcanzar bíblicamente a aquellas mentalidades cuyo trasfondo religioso les permita responder al llamado de Dios. Dicho desafío debiera recordarnos entonces las palabras de Cristo: «Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo» (Jn. 12:32).

Pero si nuestros amigos y vecinos (o nosotros mismos) solo van a la iglesia debido al aire acondicionado o a sus modernas instalaciones, lo más probable es que aún no hayan entendido que la adoración no es un fin, sino un medio para declarar la grandeza de Dios y testificar cuánto ha hecho por nosotros. No obstante, cuando nuestra fe en Cristo sea tan real y vibrante como él espera, entonces será imposible separar nuestra adoración de la belleza y el poder del evangelio.

La adoración debe ser participativa. Si la adoración ha de avivarse y contribuir a nuestro reavivamiento como iglesia y a la propagación del evangelio, entonces debemos participar e integrarnos activa y adecuadamente en la misma.

Aunque la adoración debe estar centrada en Dios (teocéntrica), es obvio que esta también requiere del elemento humano. Por ello, pese a la tendencia al individualismo  característico de nuestra sociedad, adorar no puede ser solo un acto personal, sino uno corporativo. En consecuencia, al asistir al templo o al lugar de la adoración y participar activamente en ella, es importante entonces unirnos también a la comunidad que conforma el cuerpo de Cristo. Al testificar del poder de Dios y del cuidado que tiene por nosotros, al alabarlo junto con otros por la certeza de la salvación, nuestros lazos de hermandad no solo se fortalecerán, sino que también nuestra experiencia espiritual se enriquecerá al vislumbrar el glorioso encuentro que pronto celebraremos ante el trono de Dios(Ap. 15:2-4).

            Así, resaltando la belleza del evangelio en un marco bíblico, espiritual y participativo, la adoración que Dios merece debe ser un acto inteligente, y no una mera respuesta impulsiva. Y aunque procurar una adoración con estas características posiblemente sea algo que necesitemos aprender, hacerlo es algo que definitivamente no ha de ser descuidado, dada la provechosa relación que debiera existir entre nuestra adoración y el evangelismo.


[1] Hector Enrique Ramal, «Seventh-Day Adventist Worship: A Course for Pastoral Students at Montemorelos University, Mexico» (D. Min. Project Report, Andrews University, 1994), 155.

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