Una clave para entender La Gran Controversia: el libre albedrío
Armando Juárez
La serie de lecciones que vamos a considerar en este trimestre giran en torno a la gran controversia, el conflicto entre el bien y el mal, la verdad y el error, la luz y las tinieblas.
Pero, ¿Por qué Dios permitió que sucediera la tragedia del pecado? ¿Qué fue lo que dio margen a que sucediera? ¿No pudo haberlo evitado? ¿Por qué Dios no hizo nada para evitarlo? Estas y muchas más preguntas son las que el ser humano se ha hecho al meditar en este tema tan escabroso.
Quiero presentar a su consideración un aspecto que tal vez nos ayude a dar una perspectiva más clara del asunto, este es el libre albedrío.
La pregunta lógica que surge es: ¿Y qué es libre albedrío? ¿Qué relación tiene con la gran controversia, con Dios y con nosotros?
El libre albedrío o libre elección es la creencia que sostiene que los humanos tienen el poder de elegir y tomar sus propias decisiones.
Es la libertad para elegir entre la vida y la muerte, la maldición o la bendición (Deut. 30:19-20), libertad para decidir obedecer a Dios o para desobedecerle (Gén. 2:16-17), libertad para actuar y realizar las actividades propias de la vida humana (Sant. 4:13-15).
¿Dónde entra en juego el libre albedrío en relación con la gran controversia? Este es el asunto a considerar.
Aunque no está explícito, el hecho que el Señor le haya dicho a Adán y Eva: “de todoárbol del huertopuedes comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, ciertamente morirás”(Gén. 2:16, 17), es evidente que les dio la facultad para elegir o sea el libre albedrío.
Con este hecho podemos inferir que Dios cuando decidió crear seres con características personales, tuvo al menos dos alternativas: crear seres robotizados programados para obedecer ciegamente su voluntad y nunca pecar. Eso hubiera evitado la catástrofe del pecado.
Pero es evidente que Dios escogió la otra alternativa, que va más con su carácter divino, que esos seres tuvieran las características de su propiapersona. Seres con libertad de elección o libre albedrío.Cuando hablamos de personas o seres con libre albedrío, nos referimos a seres con poder de raciocinio que poseen conciencia de sí mismo y que cuentan con su propia identidad. Elena G. de White lo expresa de así: “Todo ser humano, creado a la imagen de Dios, está dotado de una facultad semejante a la del Creador: la individualidad, la facultad de pensar y hacer” (La Educación, 16).
Cuando Dios decidió crear el universo, decidió también crear personas como parte del mismo. Al usar la palabra“persona”hablamos de alguien que es capaz de vivir en sociedad y que tiene sensibilidad, además de contar con inteligencia y voluntad.Dios quería relacionarse con seres que respondieran espontáneamente a las manifestaciones de amor y tierno cuidado divino.Seres que le adoraran y sirvieran por amor, en gratitud por todos los dones maravillosos que Dios otorga a sus criaturas.
Pero esta libertad tiene riesgos peligrosos, tales como el que esos seres creados no le quieran servir ni obedecer, que decidan hacer su propia voluntad y no la divina. Fue el amor divino que a pesar de todo, decidió correr esos riesgos para darnos libertad, pues de otra manera él no seríael Dios de amor y libertad, ni nosotros podríamos amarle, servirle y adorarle libremente.
Elena G. De White dice que: “Desde el principio, Dios y Cristo sabían de la apostasía de Satanás y de la caída del hombre seducido por el apóstata. Dios no ordenó que el pecado existiese, sino que previó su existencia, e hizo provisión para hacer frente a la terrible emergencia” (El Deseado de Todas las Gentes, 13) (El énfasis es nuestro).
El plan de redención fue la provisión hecha para resolver el problema del pecado. La venida de Cristo a este obscuro planeta no fue solo para salvar al hombre, fue también para asegurar que todos los seres personales del universo pudieran seguir gozando del libre albedrío. Dios se expuso a sí mismo al decidir dar libertad a los seres personales del universo. Fue un riesgo escalofriante. “A ese mundo donde Satanás pretendía dominar, permitió Dios que bajase su Hijo, como niño impotente, sujeto a la debilidad humana. Le dejó arrostrar los peligros de la vida en común con toda alma humana, pelear la batalla como la debe pelear cada hijo de la familia humana, aun a riesgo de sufrir la derrota y la pérdida eterna” (El Deseado de Todas las Gentes, 33)
Un solo detalle en el que Cristo hubiera fallado, un solo aspecto donde él no hubiera seguido la voluntad del Padre, hubiera sido suficiente para echar por tierra todo el plan y los resultados hubieran sido catastróficos. Una eterna separación entre Cristo y el Padre se hubiera provocado, una rivalidad y enemistad entre dos seres todopoderosos. Qué terrible catástrofe, que caos se hubiera creado en el universo. Todo eso lo arriesgó Cristo para poder darle al universo el privilegio de tener el libre albedrío. Tan grande fue su amor por el mundo y también por el universo, que la divinidad se comprometió a dar al Unigénito “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16) (Ver El Deseado de Todas las Gentes, 67, 68)
Esa libertad le costó la vida a nuestro Creador (Col 1:15-17). Pero con su muerte, vence al enemigo, rescata a los pecadores que acepten su sacrificio y destruye para siempre la posibilidad de una nueva rebelión. Con este acto redentor de Dios, el universo entero estará libre eternamente de una nueva rebelión, del resurgimiento del pecado. Por el sacrificio de Cristo en la cruz, por el resto de la eternidad todos los seres personales creados por Dios disfrutarán del libre albedrío y Dios recibirá con alegría el amor, la adoración, el servicio voluntario y amante de toda su creación.
E. G. White comenta: “Nunca podrá comprenderse el costo de nuestra redención hasta que los redimidos estén con el Redentor delante del trono de Dios. Entonces, al percibir de repente nuestros sentidos arrobados las glorias de la patria eterna, recordaremos que Jesús dejó todo esto por nosotros, que no sólo se desterró de las cortes celestiales, sino que por nosotros corrió el riesgo de fracasar y de perderse eternamente. Entonces arrojaremos nuestras coronas a sus pies, y elevaremos este canto: “¡Digno es el Cordero que ha sido inmolado, de recibir el poder, y la riqueza, y la sabiduría, y la fortaleza, y la honra, y la gloria, y la bendición!(Apoc. 5:12).” (El Deseado de Todas las Gentes, 105).
¡Gracias a Dios por el“don Inefable”(2 Cor 9:15) que nos dio en Cristo¡ Con Cristo hemos recibido toda clase de bendiciones pero la mayor de ellas es el que podamos disfrutar del libre albedrío, un don que nos hace semejantes a Dios, pero a la vez nos hace responsables de nuestros actos (Ecl. 12:13, 14) y nos compromete a servir y obedecer con todo nuestro corazón a nuestro Creador y Redentor.