El Sábado, Vislumbre de Eternidad

Miguel Patiño

sábado 9 de marzo, 2013

El relato del Génesis en sus dos primeros capítulos, describe la actividad creadora de Dios; en los primeros seis días abundan los verbos como: hablar, ver, separar, llamar, hacer, colocar, bendecir; sin embargo, al llegar al séptimo día, ya no hay mas trabajo por agregar, no mas separación a materializar, no mas evaluación a ejecutar, por el contrario, los verbos se limitan a: cesar, reposar y terminar.[1]

 

En Génesis 2:1-3 se observa el polo contrastado del capítulo 1:1-2, puesto que el caos y desorden inicial, se encuentra ahora coronado por el equilibrio y la estabilidad global. Lo desordenado es ordenado en los primeros tres días: las tinieblas reinantes son invadidas por la luz; el aire y el agua son colocados en perfecto balance, los mares dan paso a la tierra y la vegetación, generando así un entorno armonioso en derredor.

 

Los días 4, 5 y 6 habitaron lo deshabitado, las lumbreras colmaron la bóveda celeste, los pájaros y peces plagaron el firmamento, los océanos y los caudales, mientras que el sexto día dio cuenta de los animales que rebosaron el mundo multicolor y vio culminada la obra sublime con la introducción del hombre, colocado para señorear el nuevo entorno.

 

Es entonces cuando irrumpe el relato con los siguientes textos: "Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación. (Gen 2:2, 3)[2] Es interesante observar que estas palabras están enmarcadas en el idioma original (hebreo) en tres líneas paralelas consecutivas cada una de ellas consistiendo de siete palabras.[3]

 

Al Romper con el patrón del relato en Génesis 1, el autor muestra la intención de  resaltar el séptimo día como el clímax de la narración. El número siete promueve plenitud, totalidad, consumación, una cualidad bien conocida en los lenguajes semíticos y bien reconocido entre los eruditos bíblicos, convirtiendo el séptimo día como algo íntimo y cercano, no como apéndice, sino como la cúspide debido al marcado cambio de lenguaje, estilo y estructura, introduciendo el carácter teocéntrico del Sábado.[4]

 

La observancia del sábado es una expresión del carácter de Dios y por ende de su santa ley, encontrándose en el centro de la misma como algo santificado, apartado y consagrado, aun antes de la entrada del pecado.[5]

 

Por ello lo expresó un autor de la siguiente manera, "el sábado es un palacio en el tiempo desprendido de los otros días que están relacionados con el mundo espacial,"[6] la conmemoración de este día nos permite recordar el trabajo de Cristo como Creador, Preservador, Benefactor y, aun mas ahora a causa del pecado, como Redentor.[7]

 

No debemos olvidar que fue otorgado al hombre, aun antes de la entrada del pecado, por consiguiente aun antes de la necesidad de un Redentor. Es por ello que este día se constituyó como parte integral del plan original de Dios como provisión para el hombre creado, no para prefigurar algo venidero, por el contrario, siempre llevando implícito un significado memorial, apuntando a algo que previamente realizado, la creación del mundo y la raza humana.[8]

 

Observar el santo día, nos permite conectarnos con nuestros orígenes y al mismo tiempo, saborear el futuro eterno de una relación que ha sido quebrantada por el pecado, pero que restaurada por el mismo Creador nos proyecta a una relación de compañerismo con el Eterno. Por ello afirmamos concluir: El sábado, vislumbre de eternidad.



[1]
Mathilde Frey, The Sabbath in the Pentateuch: An Exegetical and Theological Study (PhD diss., Andrews University, 2011), p. 18-19.

[2]Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina Valera 1960.

[3]Umberto Casuto, A Commentary on the Book of Genesis (Jerusalem: Magnes, 1967), p. 61.

[4]Frey, 38.

[5]Seventh-day Adventists Answer Questions on Doctrine, Annotated ed. (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2003), p. 130.

[6]Abraham Heschel, The Sabbath: Its Meaning for the Modern Man (New York: Farrar, Straus and Young, 1951), p. 22-23.

[7]Questions on Doctrine, 130.

[8]Ibid, 136.